domingo, 6 de junio de 2010

El sonido de la piedra.

El gran y olvidado poeta turco Yères R. Êtneciv decía: “La agrafía es la errata humana de un dios”. Si atendemos a los sustantivos, podremos comprobar que “agrafía”, “errata”, “dios” forman una isotopía en la que la divinidad está vinculada con la escritura y con el silencio. Por tanto, la proyección circular del sueño de un dios consiste en el inicio de la palabra que pretende el silencio. Ésa es la agrafía del ser.
Por otro lado, el verbo “es” demuestra la predicación aristotélica de la enunciación por la que la causa está implícita en un segundo grado, mas no es directa causa.
Pero, imaginemos que trocamos la frase de Êtneciv y dijéramos: “Una errata podría ser la agrafía de un dios”.

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A pesar de las inclemencias del tiempo, sigo leyendo, porque en el fondo, y analizando los resultados, soy un lector que escribe. Así prosigo leyendo poesía (Jaime Siles, Rilke, Aldana, Petrarca, Leopardi, Dickinson, M. Hernández, Cancioneros, Garcilaso, Blas de Otero), narrativa (Thomas Mann, Delibes, Poe) y ensayo (Trapiello, Capra, Dámaso Alonso, Alex Ross, Heidegger). Realmente, la imagen es la del pulpo que no tiene conciencia de que sus tentáculos están actuando para poder seguir viviendo. Así observo esta desmesura, como un ejercicio de confusión que, si no existiera, me conduciría a la ausencia de vida.

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En un libro de texto dice que la rebeldía de Cernuda, su introvertido y personal carácter, su rebeldía surgen como consecuencia de su homosexualidad. Cuando, al leer en voz alta un alumno, escucho esa aseveración, no tengo más remedio que acordarme de aquella secuencia en la que el profesor de la película El club de los poetas muertos les dice a sus alumnos que arranquen la página. Ante el mandato, los alumnos proceden a realizar la orden. Y a todos se nos queda la cara de satisfacción de haber hecho lo justo.

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Quedará uno como un reflejo en la piedra que lo atrape sobre la tierra, en ese reflejo imaginado, que sólo pertenece a la memoria de los visitantes. Quedará uno en la dimensión de esa loza que solape las juntas de la tierra, como lo son las palabras y los gestos de la noche; quedará uno, quién sabe, sometido a las palabras que mencionó sobre un papel y que fueron recogiendo la bagatela de una vida impostada. Quedará uno y sus palabras y su piedra en las raíces profundas de la vacuidad.

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