lunes, 21 de junio de 2010

Hoy, cuando he comenzado a escribir en el diario, lo hice desasosegado, con la conciencia perdida, como aquel árbol que perdió su copa y se mantiene erecto, pero sin la esbeltez de la inteligencia, de la verdura que lo atraviesa como un haz de luz limpia y perenne. He llegado demasiado reticente a las páginas del diario, sin el empuje de otros días, de otras tardes, de otras músicas.
Ha sucedido todo de un golpe, con la palabra empozoñada. Ha sucedido como una batida de ángeles desnudos y poderosamente humanizados. Y he recordado los versos iniciales de T.S. Eliot en sus Cuatro cuartetos: “Están presentes y pasado presentes/ tal vez en el futuro, y el futuro/ en el pasado contenido”.
El futuro está contenido en el pasado y el pasado es un presente en sucesión. Con los versos de Eliot todo se clarifica. Hoy ha sido la posibilidad perpetua que se establece en el pasado la que ha querido asentarse en estas letras.
La posibilidad perpetua es el territorio de la poesía, porque ella nombra nuevo a lo que vivía desasido, usurpado por la tribu emparentada con la tierra.

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Llevaba mucho tiempo detrás de una novela de V.S.Naipul titulada El enigma de la llegada. Al fin, hace dos días, me hice con ella.
La llegada es el limbo de la huida, ni es origen ni es fin. Nadie es su habitante eterno. Y esta novela de V.S. Naipul se adentra en esos vericuetos en que se armonizan el desconcierto con el hallazgo prodigioso.
He comenzado a leer la novela, las páginas iniciales. El joven hindú que las protagoniza llega a una metrópoli y debe enfrentarse a un mundo nuevo. Ese es el eterno ejercicio del viajero: el aprendizaje y el descubrimiento.
La llegada presupone una ruptura, una dejada, un desgarro. En ese movimiento interior, -por muy lejano que sea el destino-, debe sangrar la conciencia de nuestra naturaleza. El ser debe convocarse en la máxima plenitud.

Dejo el libro de Naipul y vuelvo al de Stendhal por unos momentos: “Pasé todo el día de ayer sumido en una especie de preocupación sombría e histórica”. Exactamente la misma lasitud con la que comencé a escribir estas líneas. Una preocupación sin origen cierto, histórica, de todo el yo que soporto y un talante sombrío ante el hecho.

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Todo el día levantando una interpretación a unas palabras de Umberto Eco que se refieren a la belleza entendida en el siglo XV: “… la belleza se entiende al mismo tiempo como imitación de la naturaleza según reglas científicamente verificadas y como contemplación de un grado de perfección sobrenatural, no perceptible visualmente”. De esta forma, el artista es un creador de novedades y un imitador de la naturaleza, en cualquier caso, la imitación no supone una repetición pasiva de las formas, sino una recreación que parte de esos anclajes precisos, científicamente estudiados.
Releo, interpreto, me ruborizo. Recuerdo pocos poemas que hayan conseguido esa idónea y eterna manera de estar del verbo acogido a una forma y a un concepto científicamente bello.

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