lunes, 21 de febrero de 2011

He leído lentamente Four quartets, de T.S.Eliot. En algunos pasajes, se me ha venido a la cabeza Dante; en otros, la Biblia, en otros, la filosofía presocrática. Todo ello mesurado por la cualidad poética de Eliot que, como un Dante moderno, descendió hasta las profundidades del ser: “In the middle, not only in the middle of the way/buta ll the way, in a dark Wood, in a bramble,”. Hay versos de una entereza moral insólita y aspectos del ritmo poético que valen por una teoría. Este libro me resulta más conmovedor que su obra cumbre, The Waste Land, porque en esta hay renuncias irreconciliables y hallazgos que sólo provienen de la búsqueda y la espera: “the only windsom we can hope to acquire7 in the wisdom of humility: humility is endless”.

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Un nudo de fuego en donde la rosa y la luz forman un todo.

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En ocasiones, de tanto pensar en las aguas de Heráclito, palidezco cuando asumo que las aguas provocan ondas y que esas ondas sonoras son la verdad. La música es el más ambicioso proyecto del hombre y aún permanece sin ser entendido. ¿Se encierra en ella, como creía Shopenhauer, el enigma sublime de las artes? ¿Por qué cuando suena Bach se anuncian en mis manos la humedad del océano?

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Leo Tao Te Ching, de Lao Tse. En sus sentencias y aforismos se lamina un acontecer continuo. Mudanza. Estatismo. Palabras vislumbradas desde no sé qué sabiduría profunda: “el sabio realiza su obra sin actuar”. Una horizontalidad, podría escribir en relación a los días anteriores. Pero me resulta algo más grandioso que una mera descripción. Un prodigio y una cumbre, un insuperable reunión de pensamientos. Un lugar para convertirse en una presencia y aparecer por él, como holograma de un sueño. Quizás el sueño es la vida misma y la vida misma el reflejo de unas palabras pensadas por otro que imagina el mar, las ondas, la música.

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