sábado, 10 de diciembre de 2011

COMO afirma Bachelard, existen una poética de la ensoñación y una poética del espacio. Creo que, de un tiempo a esta parte, la ensoñación se ha ido haciendo poética en este espacio, en este diario. Si alguna vez me pidieran una poética ad hoc, no tendría más remedio que recuperar algunas de las páginas escritas, sobre todo, en este año que va encontrando su coda. Páginas repletas de ensoñaciones, de búsquedas incesantes que serpentean entre lo sensorial y lo que intuyo más allá de las marcas del tiempo. En cualquier caso, páginas que han ensanchado las dimensiones del ser que las habita y los ángulos por los que brota la soledad en el silencio.



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REDIFINIR al hombre es redefinir sus palabras. El poeta es el que desgaja las palabras del cauce común de su pronunciación. En la rapidez, la palabra nunca halla su plenitud. Es lenta la cadencia del poeta, selectiva, apropiadamente deliberada. Escoger una palabra al componer un conjunto de versos para que funcionen como una unidad armonizadora, es demasiado complejo para que pueda realizarse sin miramientos e inteligencia.

Por esta cuestión antes nombrada, el poeta redefine, hasta donde le es posible, la palabra escogida. La devuelve, sí, como dijo Mallarmé, a la tribu, pero lo hace después de haber proyectado sobre ella una invocación profunda, quizás hasta donde nunca antes había sido sometida. Hay una conjura del poeta alrededor de la palabra que la trasciende y esa vibración, ese voltaje según Pound, es el que siente el lector si la palabra es sometida a esta redefinición en su origen.  

Cuando el poema contiene esa dimensión, el lector es capaz de, al menos, sentir la vibración interna. Y es por ello por lo que, ya con claridad, entrego mis credenciales al ahondamiento semántico y filosófico de la poesía y no a la juntura banal de palabras colocadas en renglones.



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 HAY, en las manos del poeta, un sueño étnico que deberá templar. De ese volcán podrá surgir un magma perennemente incandescente. Es el calor de lo telúrico, de lo mineral, de lo proteico lo que se devuelve al lector ensimismado. Con ello, hay un encuentro en el origen. En este caso, el escritor ha sido capaz de trasladar y redefinir en la palabra usada lo que de originario había en ella. Esa palabra, por tanto, será, en los labios del lector, como un decir nuevo, un salmo sagrado en que se refleja su condición.  Si eso ocurre, el poeta habrá cimbreado las condiciones de esta vida frugal con los ecos del verbo, habrá desnudado al hombre para ofrecerle, con la claridad y el silencio, la humanidad que nos posee a cada uno.