miércoles, 28 de diciembre de 2011


SIENTO una envidia incontrolable cada vez que el poeta A.G.L. me escribe.  Lo hace a mano, sobre un papel escogido y sus cartas llegan tan personales, tan suyas.
Le comento a M.C. esta circunstancia. Ella, que tan apartada está del mundo digital, asiente y su cara comienza a esbozar una sonrisa de confirmación, de cierta placidez ante esta nueva tentativa.
Dice que quiere ayudarme a escoger el papel, el tipo de sobre, la tarjeta de presentación y el pequeño ex libris que acompañará, a partir de ahora,  las misivas que envíe a los amigos y allegados. 
Serán a mano, por supuesto, pues deseo que los amigos se sientan queridos con mis torpes palabras como me siento yo, escogido, cuando el poeta A.G.L. ha dedicado unos minutos a realizar un manuscrito para que lo pueda leer y aprender de su maestría.

***
COMO afirma Marcel Proust en Por la parte de Swann, primera de En busca del tiempo perdido, a la mente corresponde “encontrar la verdad”, una circunstancia que provoca  “todas las veces que la mente se siente sobrepasada por sí misma, cuando ella –la que busca- es al mismo tiempo el país obscuro en el que debe buscar y en el que nada le servirá todo su bagaje”.
Hoy, como si estuviera emulando el rescate de la memoria, junto a una taza de café, se han establecido unas relaciones literarias en que los personajes se han transformado en el mismo sujeto. Por ejemplo, el personaje de Proust, de Thomas Mann, de Rilke, de Dante, de T. Bernhard o de Cervantes. Todos ellos sufren una metamorfosis desde lo ficcional hacia lo ficcional, de tal modo que en ese ahondamiento, el ser cuaja en ellos mismos. Todos estos personajes, en algún momento de la narración o de la versificación, se despojan de sí y se convierten en seres puramente seres, en literatura con consciencia de ser literatura. ¿Podrá el hombre despojarse del ser para ser en plenitud?   

***

ESA sensación es la que procura la palabra poética, la misma que sobrecogió al personaje de Proust cuando tomaba té. El personaje sufre una metamorfosis en la materia de su vida: la literatura. Al igual que el personaje de Thomas Bernhard en El Malogrado, los seres ficcionales consienten una doble transformación, pues pasan de seres creados a ser la creación misma, en sí. 
En palabras del niño proustiano acerca de la influencia de la realidad sobre él, afirma: “Al momento me había vuelto indiferente –como hace el amor- a las vicisitudes de la vida, a sus inofensivos desastres, a su ilusoria brevedad, colmándome de un esencia preciosa: o, mejor dicho, esa esencia no estaba en mí, sino que era yo”.

***
  
ESA mezcolanza de tiempos avenidos y fusionados, ese lugar de la memoria, esa fusión y posibilidad perpetuas, es la misma que escribe T.S. Eliot en Four Quartets.
El mismo caso que ocurre en los versos de Baudelaire, en el poema titulado "Élévation", en versos cristalinos y maravillosos: “aquel cuyas ideas se elevan como alondras/, libremente hacia el cielo del claro amanecer; /-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo/ la lengua de las flores y de las cosas mudas.” La clave de estos versos del escritor francés reside en el entendimiento "sin esfuerzo": es el entendimiento de la claridad, el silencio y la soledad convocados.

***

QUIZÁS todo esto pueda resumirse en las palabras que aparecen en Doktor Faustus, de Thomas Mann. En esta novela prodigiosa que, con el tiempo, se va agrandando y haciendo imprescindible, puede uno leer las siguientes afirmaciones: “En arte, lo subjetivo y lo objetivo se entrelazan hasta el punto de no ser posible distinguir uno de otro. Lo subjetivo surge de lo objetivo, adquiere su carácter y viceversa. Lo subjetivo se formaliza en objetividad y vuelve a adquirir espontaneidad, dinamismo, por obra del genio.” 
Estas palabras de Adrian Leverkühn  recapitulan esa experiencia del ser que se produce en el arte. Con Antonio Colinas, creo que la poesía debe ser una experiencia del ser y de la palabra, una reflexión de la condición humana que se inserte en la objetiva armonía del cosmos anhelante desde la subjetiva figuración de la palabra. Cuando el individuo tiene atisbo de que está inserto, de que merodea, de que se acerca a esa armonía profunda y clara al mismo tiempo, queda turbado y cariacontecido, pues le viene la consciencia plena de la mortalidad de la palabra y, por ende, de sí mismo en una especular élévation.