COMO afirma Bachelard, existen
una poética de la ensoñación y una poética del espacio. Creo que, de un tiempo
a esta parte, la ensoñación se ha ido haciendo poética en este espacio, en este
diario. Si alguna vez me pidieran una poética ad hoc, no tendría más remedio que recuperar algunas de las páginas
escritas, sobre todo, en este año que va encontrando su coda. Páginas repletas
de ensoñaciones, de búsquedas incesantes que serpentean entre lo sensorial y lo
que intuyo más allá de las marcas del tiempo. En cualquier caso, páginas que
han ensanchado las dimensiones del ser que las habita y los ángulos por los que
brota la soledad en el silencio.
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REDIFINIR al hombre es redefinir
sus palabras. El poeta es el que desgaja las palabras del cauce común de su
pronunciación. En la rapidez, la palabra nunca halla su plenitud. Es lenta la
cadencia del poeta, selectiva, apropiadamente deliberada. Escoger una palabra
al componer un conjunto de versos
para que funcionen como una unidad armonizadora, es demasiado complejo para que
pueda realizarse sin miramientos e inteligencia.
Por esta
cuestión antes nombrada, el poeta redefine, hasta donde le es posible, la
palabra escogida. La devuelve, sí, como dijo Mallarmé, a la tribu, pero lo hace
después de haber proyectado sobre ella una invocación profunda, quizás hasta
donde nunca antes había sido sometida. Hay una conjura del poeta alrededor de
la palabra que la trasciende y esa vibración, ese voltaje según Pound, es el
que siente el lector si la palabra es sometida a esta redefinición en su
origen.
Cuando el
poema contiene esa dimensión, el lector es capaz de, al menos, sentir la
vibración interna. Y es por ello por lo que, ya con claridad, entrego mis
credenciales al ahondamiento semántico y filosófico de la poesía y no a la juntura
banal de palabras colocadas en renglones.
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HAY, en las manos del poeta, un sueño étnico
que deberá templar. De ese volcán podrá surgir un magma perennemente incandescente.
Es el calor de lo telúrico, de lo mineral, de lo proteico lo que se devuelve al
lector ensimismado. Con ello, hay un encuentro en el origen. En este caso, el
escritor ha sido capaz de trasladar y redefinir en la palabra usada lo que de originario
había en ella. Esa palabra, por tanto, será, en los labios del lector, como un
decir nuevo, un salmo sagrado en que se refleja su condición. Si eso ocurre, el poeta habrá cimbreado las condiciones
de esta vida frugal con los ecos del verbo, habrá desnudado al hombre para
ofrecerle, con la claridad y el silencio, la humanidad que nos posee a cada
uno.