SEA por un motivo u
otro, por la alineación de los astros o por
la conjura de la naturaleza, por las lecturas cambiantes o quizás porque la
vida ha renacido una y otra vez en el campo y ahora en nuestro hogar,
reflexiono sobre lo escrito para transformarlo. Si es cierto, como dice Piglia,
que uno escribe sus lecturas cuando en realidad está escribiendo su vida,
refundar la escritura conlleva refundar la vida.
Esa enseñanza de la
literatura, -que es transformación y permanencia, centro indudable, alameda
verde del día y la noche, armonía de contrarios, ética estética,- ensancha y
airea la mediocridad de los días que
vivo. Porque así vistos, desnudos, sin más, los días que uno va ocupando son una fuga permanente hacia nunca parte. Por este motivo, la literatura es la que
establece, en esa fuga desnortada, unas direcciones éticas y estéticas que, al
menos, justifican nuestro paso. Aunque, claro está, la virtud de la literatura
es que la verdad de la literatura es el trayecto en que la buscamos.
Como la libertad, su búsqueda es ella misma y casi nunca logramos aprehenderla.
Todos
los inicios de año, que no es más que una raya en el agua, trato de cambiar el
rumbo de navegación de estas letras. Observo, después de leer aquí y allí, que
este año ha sido una introspección continua y que las páginas de dos mil once
pueden considerarse una poética. No me desagrada el hecho y no he vetado ningún
texto por muy repetitivo que fuera en su
momento. Leídos de continuo, todos podrían resumirse en una lista breve de
sustantivos, verbos y adjetivos que han trenzado no pocas páginas escritas al
desaire de la vida. Esas palabras han sustanciado la escritura y la vida, han
hecho de la idea un fundamento y una creencia. Atisbo, por ejemplo, que no he
tenido más remedio que entregarme a la armonía de la naturaleza para entender
la condición humana. Con la naturaleza aprende uno a escoger las palabras y
acaso a leer, sobre todo en la poesía, la naturalidad, la claridad, que nada
tiene que ver con la sencillez.
En
el año próximo será un lustro el que he estado escribiendo en un diario. Un
diario que comenzó con anotaciones esporádicas, escribiendo la lectura de otros
libros, extendiendo el suelo a Francia, Italia, Portugal o Inglaterra y que luego, toda vez que el diario comenzó a
latir por sí mismo, ha ido habitando una franja y otra de la literatura y de mi
existencia. En ese transcurso, las tentativas de desistir han aparecido muchas veces y he de confesar que, sobre todo en los últimos meses, un conato de abandono de lo público se ha instalado en mi conciencia. Veremos que detona esa apreciación en el futuro.
He
pretendido y seguiré haciéndolo, que estas páginas de diario sean una
figuración especular del trópico de la mancha, de ese estado en que la
literatura subvierte la vida y la vida comienza a regirse con los mecanismos
literarios hasta que diluye sus límites y los hace desconocidos tanto para que
el que los vive como para que el que los lee. Sístole y diástole de un mismo proceso coronario.