LA mañana se había hecho frío. Antes
de salir a la calle había leído unos versos de Tomas Tranströmer y, cuando hube puesto mis pasos en la avenida, comencé a comprender esta poesía. Los versos de
Tranströmer ofrecen una visión objetivada del ser humano y, en la aparente
frialdad, algunos versos laten con la extrañeza del reencuentro con lo que
nunca conocimos. Por eso, cuando avanzaba por el frío rodeado de seres que deambulaban
por las calles, después de haber soñado en la noche, después de que los astros
hubieran seguido su curso sin contar con nosotros, después de que el alba
presenciase nuestra finitud, pude contemplarme como uno más, como lo que soy,
en la masa humana de las ciudades que, a pesar de sus avances y sus tecnologías,
son lo mismo que hace milenios. A todos nos corona el sueño y el amor, aun
cuando sentimos el deshielo a mediodía o el cielo a medio hacer.
***
UNOS versos de Miguel Hernández para
la noche de ayer. Hablábamos, M.C. y yo, de nuestra hija. Y, en medio de la
conversación, recordé los minerales y proteicos versos de Miguel Hernández: “He
poblado tu vientre de amor y sementera”. Al quedarnos resabiados por estos
versos, quise completar la escena con otro verso de JRJ que cierra su magnífico
soneto titulado “Octubre”, de Sonetos
espirituales, pues la plurisignificación del verso favoreció que pudiera
apropiarme de él en sentido paternal. Y estas mismas palabras pueden
interpretarse como una declaración de intenciones profundas, sometidas a la
existencia y al devenir de los días que nos quedan. Por todo, M.C. y un
servidor, fijamos esas directrices en la cúpula juanramoniana, evidente claridad:
“el árbol puro del amor eterno”.