ESTIMADO señor Henri de Régnier.
Me permitirá que le escriba
para pedirle permiso y licencia literaria, ya que ha llegado a mis manos un
manuscrito titulado La Altana. La Vida
veneciana y no he podido más que temblar y emocionarme.
El comienzo de su
libro es lo que me ha motivado a escribirle, señor, pues parece que usted sabe
que la palabra es dadora de realidad y belleza. Por ese motivo, desde la
altana, con los ojos cerrados y en silencio, espera usted la llegada de la
ciudad a sus retinas. Es el signo del silencio y la sombra, como reconoce en su
llegada nocturna a Venecia.
De momento, esto es
todo, si me lo permite. Le escribiré con frecuencia, con el pulso y la medida
con que se hacen las cosas inolvidables.
Gracias, señor, por sus paseos y sus
palabras.
Siempre suyo, TRR.
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VAN llegando, como
del misterio, los libros de la biblioteca de Barcarrota. El último, un
minúsculo libelo titulado A muyto devota
oraçam da Empardeada. Junto a los otros dos volúmenes, los acumulo en una
parte de la biblioteca alejada de lo mediocre.
Cada vez que llegan hasta aquí
estos libros, gracias a la gentileza y sensibilidad de E. M., me entrego a la
literatura de aquellos siglos. Son tardes refrescantes, innovadoras, pues me
parece que cada vez conozco menos de nada y que todo me espera para ser
aprendido.
***
LO primero de todo, el "Cuaderno de Leonardo". He trabajado
en esos versos del ciprés y en los del olivo. He releído lo anterior. He borrado aquí y
allí, he añadido versos que, de momento, laten en la celulosa del cuaderno. He
revisado el índice, pues antes nunca había escrito un índice tan extenso. He volcado
mi sensibilidad, pasión y virtudes, pero qué poco resultan ante la poesía, qué minúsculo intento ante tal cauce inconmensurable.
Para no encontrarme
tan estéril, me han acompañado Corelli y los ojos de Caravaggio. Qué daría por
escribir lo que contienen esos ojos con
la cadencia de la música que los suena.