PUDIERA resumirse en
dos posturas el acercamiento de la poesía al poeta. Las dos posturas provienen
de la misma respuesta que ofrece el poeta a la poesía: la insuficiencia de la
palabra para nombrarla.
Ante la consciencia de esta incapacidad (la consciencia imprescindible y previa), de este ir haciéndose
de una palabra que nunca será suficiente, la dirección que toma la palabra del
poeta puede ser doble. O bien el poeta quiere negar su capacidad de armonización (y
Parra es un ejemplo de ello) o bien persiste en su sustancia musical, en tañer el eco de la melodía
de Orfeo.
Ambas son dignas, siempre lo he dicho, si son verdaderas, pero una se dirige, a veces, sin control, hacia lo vacuo, lo banal, lo intrascendente llevado a la poesía. Y la otra, la
estirpe de Orfeo quiero referirme, encuentra, a veces, el latido
peregrino de la humanidad en sus palabras.