LA Poesía arranca de lo humano el silencio auroral de la belleza.
***
ANOTACIONES sueltas, sin preámbulos, sin marcas que
descifren quién escribe. Los libros se amontonan en la mesa, creando una pila
que se eleva y eleva sin más concierto que el de la verticalidad. Abro un
libro de poemas buscando el sosiego y leo con detenimiento unos versos que se
precipitan y desmayan sin templanza. Me acerco a la ventana y observo el
ciruelo. Lo veo con los miembros sometidos y azuzados por el frío, tal que mi
cuerpo estos días en que nada soy y en nada me reflejo. Atravieso el salón de
un lado a otro. Lo vuelvo a atravesar, como una presencia o un holograma desnortado.
Todo
se mantiene quieto, los objetos parecen haber retenido la luz que los figura a
los ojos. Un silencio rotundo continúa en contrapunto y es, exactamente en ese
instante, cuando compruebo que la estética de la vida es la estética del
fracaso.
***
LA biografía de Caravaggio me
está otorgando unos datos que, hasta ahora, desconocía. Cuando vuelva a
Florencia me enfrentaré, de nuevo, a las pinturas teatrales de este pintor prodigioso, de este creador de carne derramada como naturalezas muertas.
Hay una música en sus lienzos, una
música vibrante y estática, contenida. Como una encarnadura blanca, con un
cuerpo curvilíneo, los labios en sus personajes se entreabren y oscilan con el
silabeo del óleo. Parece que van a arrancar de la vihuela un acorde y que están ensayando los versos de Mudarra.
Escribí hace unos meses un poema
dedicado a Caravaggio, hace bastante tiempo. Sin caer en la cuenta, el otro día
comprobé que en el "Cuaderno de Leonardo" había escrito otro poema que tenía la
vida de Caravaggio como eje vertebrador. Los dos son distintos, pero como su
vida, lo sacro y lo profano, en ocasiones, advierten perfiles inadvertidos de la
belleza.
***
UNA estética, quizás, del
derrumbe, eso es. Como una ciudad saqueada, como un pueblo levantado de su
tierra, como una biblioteca añeja, desvaída, maltrecha, como los árboles desnudos en sus ramas y los pájaros muertos sobre la tierra. Esa misma estética del
óxido es la que me carcome en estas semanas, pues la claridad se observa en el
poema después de la contemplación. Y no tengo templanza ni delicadeza ni contemplación para
escribir. Soy ágrafo. No soy. Seguiré siendo como en el origen. Quizás haya que volver al origen para someter de nuevo a la palabra, quizás haya que descender, como Orfeo, hasta donde nunca nadie lo había hecho para poder traer, de lo oscuro y profundo de la poesía, la noche de la noche.