TODA la tarde releyendo Cartas a un joven poeta, de Rilke.
Subrayados, notas al margen, respuestas a algunos párrafos y un candente anhelo
de no apartarme nunca, nunca de esas credenciales. Hoy deseo sentirme satélite del planeta Rilke.
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ESCRIBIÓ Octavio Paz, en Cuadrivio,
sobre Pessoa: “Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”. Por unos momentos, advierto que entre las misivas de Rilke y
este aserto de Octavio Paz hay una intertextualidad profunda, pues si Pessoa vivió en las vidas de otros, en esa
confederación de almas líricas, Rilke ocupó el espacio absoluto de su inmensa y
poblada soledad. Es decir, los dos poetas fueron dos seres múltiples, diversos
de un mismo ser en su verticalidad.
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UNA soledad sonora polifónica, en la que resuene la melodía solista de un alma extraviada que anhela su armonización hasta confundirse en ella y perderse para siempre, para ser siempre.
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UN silencio nutritivo del alma, del abandono irremediable de lo social, que alimente la sed de espacio y el hambre de cielo, que atisbe lo uno en lo diverso y que calme, hacia la noche, la unidad convocada que nos espera.
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LA lentitud de las cosas perennes en lo venidero necesita de la espera y la paciencia del que osara habitarla con su palabra.