CUÁNTO echo en falta las mañanas en que uno llegaba al
trabajo y podía estallar con R.G. en un diálogo fructífero, que ya lo
justificaba todo, que sustanciaba la vacuidad y el desmán posterior. Estos días recuerdo conmovido las
conversaciones, siempre jugosas, sobre pintura, arte, música y vida. Y hoy, por
ejemplo, he entrado en la sala donde trabajo buscándolo por aquí y por allí,
pues llevo algunos días leyendo la nueva biografía sobre un pintor que me
fascina: Caravaggio. El libro de Andrew Graham-Dixon, proyectada en tres
volúmenes del que solo tenemos, hasta ahora, el primero, se titula Caravaggio. Una vida sagrada y profana
(Taurus). Cuántos pasajes e interpretaciones refrescantes que han elevado, aún
más, a este pintor fáustico y poderoso, visceral y tierno, apolíneo y
dionisíaco. Por eso lo escribo aquí, en el diario. Lo anoto, anoto una falta,
un deseo. En algún lugar su eco encontrará un tímpano donde resuene con sordina.
***
ALGUIEN vuelve a preguntarme por la novela y yo lo remito a
la biografía de Caravaggio. Además, me preguntan por qué no escribo algunas
páginas de una novela de iniciación, que recoja las primeras influencias
sentimentales y artísticas y que las dejé con forma narrativa. Ante esas
pesquisas, siempre respondo que la educación sentimental no siempre puede ni
debe ser relatada, que en ocasiones, esas vivencias pueden quedarse resguardada
a la espera de la madurez. Y la bildungsroman
añorada, a estas alturas, no puede ser más que la poesía y el Diario, a no ser
que la literatura me conduzca a otro cauce del que todavía desconozco su
profundidad.