miércoles, 14 de diciembre de 2011


CUÁNTO echo en falta las mañanas en que uno llegaba al trabajo y podía estallar con R.G. en un diálogo fructífero, que ya lo justificaba todo, que sustanciaba la vacuidad y el desmán posterior.  Estos días recuerdo conmovido las conversaciones, siempre jugosas, sobre pintura, arte, música y vida. Y hoy, por ejemplo, he entrado en la sala donde trabajo buscándolo por aquí y por allí, pues llevo algunos días leyendo la nueva biografía sobre un pintor que me fascina: Caravaggio. El libro de Andrew Graham-Dixon, proyectada en tres volúmenes del que solo tenemos, hasta ahora, el primero, se titula Caravaggio. Una vida sagrada y profana (Taurus). Cuántos pasajes e interpretaciones refrescantes que han elevado, aún más, a este pintor fáustico y poderoso, visceral y tierno, apolíneo y dionisíaco. Por eso lo escribo aquí, en el diario. Lo anoto, anoto una falta, un deseo. En algún lugar su eco encontrará un tímpano donde resuene con sordina.
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ALGUIEN vuelve a preguntarme por la novela y yo lo remito a la biografía de Caravaggio. Además, me preguntan por qué no escribo algunas páginas de una novela de iniciación, que recoja las primeras influencias sentimentales y artísticas y que las dejé con forma narrativa. Ante esas pesquisas, siempre respondo que la educación sentimental no siempre puede ni debe ser relatada, que en ocasiones, esas vivencias pueden quedarse resguardada a la espera de la madurez. Y la bildungsroman añorada, a estas alturas, no puede ser más que la poesía y el Diario, a no ser que la literatura me conduzca a otro cauce del que todavía desconozco su profundidad.