jueves, 1 de diciembre de 2011

EN Literatura universal y literatura europea, recoge Kemplerer unas afirmaciones de Goethe que precisan lo que, en la actualidad, considero un momento de transición para la vieja Europa: “el bullicio armónico de los pueblos”. Qué paradoja más solemne y conseguida la de unir el bullicio que procuran los pueblos con un armonía compartida que proviene de su propia naturaleza.  

El caso es que Kemplerer hace hincapié en este concepto hasta desembocar en otro más general y relevante. Y es, cuando llego a ese punto, cuando atisbo que JRJ mantuvo una relación muy estrecha con Goethe, de quien no solo aprendió a ir haciendo su palabra en lentitud, sino en el concepto de lo que Goethe consideraba necesario y trascendental y que, los poetas de ahora, no terminan de entender, a saber: “una armonía ético-estética”.

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ENTRE una referencia y otra, Kemplerer acude al ejemplo de Unamuno. Toda vez que termino de leer las páginas que le dedica, vuelvo sobre un poema de Unamuno, titulado “Credo poético”, que, desde que lo leí, me ha resuelto no pocos conflictos internos:



“No te cuides en exceso del ropaje,

de escultor, no de sastre, es tu tarea,

no te olvides de que nunca más hermosa

que desnuda está la idea.



No el que un alma encarna en carne, ten presente,

no el que forma da a la idea es el poeta

sino que es el que alma encuentra tras la carne

tras la forma encuentra idea.


***

 ¡Oh, pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre!, escribió JRJ.

Es, de nuevo y siempre, la compleja claridad, la eterna sustancia que desnuda a la noche, la que se precipita en el velado concierto de la naturaleza, el son que tañeron Virgilio, Dante, san Juan, Leopardi, Rilke y JRJ, por ejemplo; el que permanece ya en las raíces mismas de la poesía, en ese estadio del que nunca debiera el poeta apartar su sombra.