sábado, 31 de diciembre de 2011


LA mañana se había hecho frío. Antes de salir a la calle había leído unos versos de Tomas Tranströmer y, cuando hube puesto mis pasos en la avenida, comencé a comprender esta poesía. Los versos de Tranströmer ofrecen una visión objetivada del ser humano y, en la aparente frialdad, algunos versos laten con la extrañeza del reencuentro con lo que nunca conocimos. Por eso, cuando avanzaba por el frío rodeado de seres que deambulaban por las calles, después de haber soñado en la noche, después de que los astros hubieran seguido su curso sin contar con nosotros, después de que el alba presenciase nuestra finitud, pude contemplarme como uno más, como lo que soy, en la masa humana de las ciudades que, a pesar de sus avances y sus tecnologías, son lo mismo que hace milenios. A todos nos corona el sueño y el amor, aun cuando sentimos el deshielo a mediodía o el cielo a medio hacer.   
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UNOS versos de Miguel Hernández para la noche de ayer. Hablábamos, M.C. y yo, de nuestra hija. Y, en medio de la conversación, recordé los minerales y proteicos versos de Miguel Hernández: “He poblado tu vientre de amor y sementera”. Al quedarnos resabiados por estos versos, quise completar la escena con otro verso de JRJ que cierra su magnífico soneto titulado “Octubre”, de Sonetos espirituales, pues la plurisignificación del verso favoreció que pudiera apropiarme de él en sentido paternal. Y estas mismas palabras pueden interpretarse como una declaración de intenciones profundas, sometidas a la existencia y al devenir de los días que nos quedan. Por todo, M.C. y un servidor, fijamos esas directrices en la cúpula juanramoniana, evidente claridad: “el árbol puro del amor eterno”.