lunes, 26 de diciembre de 2011


SEA por un motivo u otro, por la alineación de los astros  o por la conjura de la naturaleza, por las lecturas cambiantes o quizás porque la vida ha renacido una y otra vez en el campo y ahora en nuestro hogar, reflexiono sobre lo escrito para transformarlo. Si es cierto, como dice Piglia, que uno escribe sus lecturas cuando en realidad está escribiendo su vida, refundar la escritura conlleva refundar la vida. 
Esa enseñanza de la literatura, -que es transformación y permanencia, centro indudable, alameda verde del día y la noche, armonía de contrarios, ética estética,- ensancha y airea la mediocridad de los días  que vivo. Porque así vistos, desnudos, sin más, los días que uno va ocupando son una fuga permanente hacia nunca parte. Por este motivo, la literatura es la que establece, en esa fuga desnortada, unas direcciones éticas y estéticas que, al menos, justifican nuestro paso. Aunque, claro está, la virtud de la literatura es que la verdad de la literatura es el trayecto en que la buscamos. Como la libertad, su búsqueda es ella misma y casi nunca logramos aprehenderla.       
Todos los inicios de año, que no es más que una raya en el agua, trato de cambiar el rumbo de navegación de estas letras. Observo, después de leer aquí y allí, que este año ha sido una introspección continua y que las páginas de dos mil once pueden considerarse una poética. No me desagrada el hecho y no he vetado ningún texto por muy repetitivo  que fuera en su momento. Leídos de continuo, todos podrían resumirse en una lista breve de sustantivos, verbos y adjetivos que han trenzado no pocas páginas escritas al desaire de la vida. Esas palabras han sustanciado la escritura y la vida, han hecho de la idea un fundamento y una creencia. Atisbo, por ejemplo, que no he tenido más remedio que entregarme a la armonía de la naturaleza para entender la condición humana. Con la naturaleza aprende uno a escoger las palabras y acaso a leer, sobre todo en la poesía, la naturalidad, la claridad, que nada tiene que ver con la sencillez.    
En el año próximo será un lustro el que he estado escribiendo en un diario. Un diario que comenzó con anotaciones esporádicas, escribiendo la lectura de otros libros, extendiendo el suelo a Francia, Italia, Portugal o Inglaterra  y que luego, toda vez que el diario comenzó a latir por sí mismo, ha ido habitando una franja y otra de la literatura y de mi existencia. En ese transcurso, las tentativas de desistir han aparecido muchas veces y he de confesar que, sobre todo en los últimos meses, un conato de abandono de lo público se ha instalado en mi conciencia. Veremos que detona esa apreciación en el futuro.   
He pretendido y seguiré haciéndolo, que estas páginas de diario sean una figuración especular del trópico de la mancha, de ese estado en que la literatura subvierte la vida y la vida comienza a regirse con los mecanismos literarios hasta que diluye sus límites y los hace desconocidos tanto para que el que los vive como para que el que los lee. Sístole y diástole de un mismo proceso coronario.