Los juegos con el pasado son peligrosos, máxime cuando se utiliza una época desastrosa y cruel como acicate para desvirtuar la presencia de la democracia y la tolerancia. Esta semana han retransmitido en televisión una película sobre los últimos días de Franco en que lo único que importaba era la salud patética de un dictador que terminaba sus días en la miseria física. La película, que cinematográficamente no posee virtud alguna, es un delirio insostenible de los últimos días de Franco ya medio moribundo entre llantos y dolores de toda ralea.
Mis alumnos, en el instituto, estaban avisados de antemano porque suelo hacer muchas referencias a nuestro siglo pasado, ya que el desconocimiento de lo que ocurrió en este país durante tanto tiempo es absoluto por estos jóvenes que se suponen el futuro de la patria. Hasta hace unos meses no sabían quién era Franco, no conocían nada de la guerra civil que se libró entre 1936 y 1939, desconocían que la dictadura diezmaba la libertad de expresión, pero tampoco sabían nada acerca del POUM y de la muerte de Andreu Nin; por supuesto, ni hablar de Paracuellos. En definitiva, no tenían ninguna noción de los males que nos azotaron en tiempos pasados, de la inquina con que se ensañaban los hombres por unos ideales ficticios que sólo eran coartada y pasto de las llamas, traiciones y juramentos en falso.
Estos jóvenes vieron la película con entusiasmo, movidos por mis palabras de aliento, pero acabo de arrepentirme porque han obtenido una imagen borrosa y desvirtuada, la pintura de un abuelo que siente venir la muerte, el ahogo de la finitud. Un abuelo preocupado por las cuestiones papales y por las nimiedades del fútbol. Pero nada se detalló de los fusilamientos que se firmaba en 1975, meses antes de su muerte; de las condenas que siguió firmando a pesar de sus enfermedades, de las posturas xenófobas contra los marroquíes, contra los homosexuales, contra los comunistas, contra viento y marea, contra todo lo que no llevara el marchamo de una España imperial que, gracias a nuestra naturaleza finita, se terminó un veinte de noviembre de 1975.
Por eso escribo ahora y les leo esto a mis alumnos con la carga ética de sentirme responsable de la transmisión de un pedazo de historia que, al morderla, transmite los hongos y las bacterias de la putrefacción. Si esta es la capacidad de análisis de nuestros medios de comunicación y las formas que poseemos para adecentar nuestra interpretación de los hechos, es evidente que todavía marchamos a ritmo de españas invertidas, vertebradas y químicamente pútridas. Porque la noción de Historia en este caso funciona como un elemento químico usado cuando venga en gana al historiador.
Mis alumnos, en el instituto, estaban avisados de antemano porque suelo hacer muchas referencias a nuestro siglo pasado, ya que el desconocimiento de lo que ocurrió en este país durante tanto tiempo es absoluto por estos jóvenes que se suponen el futuro de la patria. Hasta hace unos meses no sabían quién era Franco, no conocían nada de la guerra civil que se libró entre 1936 y 1939, desconocían que la dictadura diezmaba la libertad de expresión, pero tampoco sabían nada acerca del POUM y de la muerte de Andreu Nin; por supuesto, ni hablar de Paracuellos. En definitiva, no tenían ninguna noción de los males que nos azotaron en tiempos pasados, de la inquina con que se ensañaban los hombres por unos ideales ficticios que sólo eran coartada y pasto de las llamas, traiciones y juramentos en falso.
Estos jóvenes vieron la película con entusiasmo, movidos por mis palabras de aliento, pero acabo de arrepentirme porque han obtenido una imagen borrosa y desvirtuada, la pintura de un abuelo que siente venir la muerte, el ahogo de la finitud. Un abuelo preocupado por las cuestiones papales y por las nimiedades del fútbol. Pero nada se detalló de los fusilamientos que se firmaba en 1975, meses antes de su muerte; de las condenas que siguió firmando a pesar de sus enfermedades, de las posturas xenófobas contra los marroquíes, contra los homosexuales, contra los comunistas, contra viento y marea, contra todo lo que no llevara el marchamo de una España imperial que, gracias a nuestra naturaleza finita, se terminó un veinte de noviembre de 1975.
Por eso escribo ahora y les leo esto a mis alumnos con la carga ética de sentirme responsable de la transmisión de un pedazo de historia que, al morderla, transmite los hongos y las bacterias de la putrefacción. Si esta es la capacidad de análisis de nuestros medios de comunicación y las formas que poseemos para adecentar nuestra interpretación de los hechos, es evidente que todavía marchamos a ritmo de españas invertidas, vertebradas y químicamente pútridas. Porque la noción de Historia en este caso funciona como un elemento químico usado cuando venga en gana al historiador.
El viernes yo también tuve que explicar muchas cosas a mis alumnos, que tenían la idea sesgada de que Franco era un abuelito venerable que sufrió mucho hasta que se murió. Yo les dije que todo el mundo tiene derecho a morir en paz, así que RIP, pero en el lugar histórico que le corresponde, con los tiranos que asolaron Europa en aquellos tiempos convulsos: con Hitler, con Stalin, con Mussolini, que son más o menos de su quinta y tenían los mismos delirios de grandeza y las manos igualmente manchadas de sangre de los que no pensaban como ellos. Se quedaron algo pasmados, pero alguno me sonrió dese su pupitre, algo aliviado porque a él no le había parecido tan venerable el abuelito... Una magnífica reflexión
ResponderEliminarTomás, creo que no se puede juzgar la capacidad de análisis en este asunto de todos los medios de comunicación por una película sobre Franco que emite una televisión; sería como pretender juzgar el trabajo de todos los historiadores de la guerra civil poniendo como ejemplo sólo a uno de ellos. saludos.
ResponderEliminarTienes toda la razón, Santi, quizás me he excedido con esa generalización. Pero también es cierto que los únicos que se atreven a hacer películas de este periodo lo hacen de forma muy sesgada y maniquea.
ResponderEliminarEn la deontología periodística se debería recordar algunas cosas como ésta: la responsabilidad con los ciudadanos, sobre todo con los jóvenes, está muy dejada en la mayoría de los medios. Sólo les importa el sensacionalismo y la audiencia, la venta y los índices. En ningún caso la formación.
Muchas gracias, Santi, por tu comentario.
Salud.
He leído sin pestañear, ya que aún soy alumna y, al contrario de lo que generalizas, sé quien gobernó durante cuarenta años nuestra región y de los males que achacó el país entonces, en conjunto con las consecuencias de hoy día, entre ello, la ignorancia de la mayoría de los jóvenes circundantes.
ResponderEliminarYo me agrego desde un punto muy lejano, ya que la historia que nos persigue la sigo muy de cerca, debido a mi propia conclusión de uno de los últimos libros que leí, "Cien años de soledad", la vida es un ciclo, y como Jorge Luis Borges aseguraba, "las cosas que le ocurren a un hombre, les ocurren a todos", pues basándome en eso, me obligo a saber qué ocurrió para que hoy, seamos como somos.
Pero claro, no quiero caer en la trampa y generalizar, y me abtengo de decir algo más allá, y así quedar como una ignorante más.
Un saludo.
Me alegro de que los mirlos blancos aparezcan de vez en cuando, bioletta. Aunque debes admitir conmigo que una cosa es que te "suene" algo (que no es tu caso) y otra bien distinta el conocimiento de ese algo. Muchas gracias. Saludos miles.
ResponderEliminarLo admito, Tomás, lo admito.
ResponderEliminarPor eso apenas opino sobre ello.
Saludos, otra vez.
Un placer pasar por aquí.
Tus alumnos son afortunados de tener a alguien que les hablé de lo que realmente pasó sin caer en la trichera maniqueísta. Suerte que yo no tuve. A mi nadie me habló de la Guerra Civil en toda mi formación.
ResponderEliminarSalud, Jaime, querido mochilero de libros.
ResponderEliminarTomás, estamos de acuerdo en lo caer en maniqueismos, pero hay una cosa objetiva: los datos.
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