Últimamente sólo leo los libros que me hubiera gustado o me gustaría escribir. Más bien debería decir que compro y leo los libros que me ayudan a escribir y que me animan a ello, que me precipitan a la escritura tras leerlos o, mal que bien, me deparan horas felices de notas y reflexiones que se suman a la lectura ya olvidada. Uno de esos libros es el de Pessoa, porque Libro del desasosiego es un manual de filosofía estoica, un magnífico libro de poemas y un virtuoso relato que profundiza en las arterias de un yo que se remeda insustancial entre las letras que son los hombres. Por este motivo, considero que a Pessoa hay que leerlo como si estuviésemos adentrados en un libro de poesía; no puede leerse Hijos de la ira o Desolación de la Quimera de un trago, en una tarde, antes al contrario, hay que administar muy bien la lectura poética para no caer en el empacho. Así que llevaba algún tiempo alejado de Pessoa, hasta que me he vuelto a enredar en ese trance solipsista del desasosiego. “¿Por qué no ha de ser todo algo que ni siquiera podemos concebir, que no concebimos, un misterio de otro mundo? ¿Por qué no hemos de ser nosotros –hombres, dioses y mundo- sueños que alguien sueña, pensamientos que alguien piensa, puestos siempre fuera de lo que existe?”.
Aquí, sentado a mi lado, está Augusto Pérez, roto de la risa, leyendo estas palabras de Pessoa y tocándome las manos, para que no siga escribiendo estas inoportunas notas. Se ríe y yo mismo comienzo a reírme, buscando el humo de la ironía que desprenden, en el fondo, las palabras del lisboeta. Augusto viene con barba blanca, gafas plateadas, tirantes que recogen el pantalón maltrecho y mustio que sufre la inquietud de su amo. Cada vez se parece más a don Miguel y me pregunto si no está conmigo el verdadero Unamuno, aquí sentado, tronchado de la risa y leyendo esto que escribo acerca de un escritor que decía sentirse sueño de otro. "Quiero vivir, vivir...y ser yo, yo, yo...".
Aquí, sentado a mi lado, está Augusto Pérez, roto de la risa, leyendo estas palabras de Pessoa y tocándome las manos, para que no siga escribiendo estas inoportunas notas. Se ríe y yo mismo comienzo a reírme, buscando el humo de la ironía que desprenden, en el fondo, las palabras del lisboeta. Augusto viene con barba blanca, gafas plateadas, tirantes que recogen el pantalón maltrecho y mustio que sufre la inquietud de su amo. Cada vez se parece más a don Miguel y me pregunto si no está conmigo el verdadero Unamuno, aquí sentado, tronchado de la risa y leyendo esto que escribo acerca de un escritor que decía sentirse sueño de otro. "Quiero vivir, vivir...y ser yo, yo, yo...".
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Hoy quiero escribir desde el lomo de un elefante o desde el trapecio de un circo. Pero, mientras tanto, quisiera mantener entre las manos la Biblioteca personal, de Borges, y leer en voz alta las palabras que le dedica a Ramón Gómez de Serna.: “Nadie ignora que Ramón Gómez de la Serna dio conferencias desde el lomo de un elefante o desde el trapecio de un circo”. Me bajo del elefante por dos motivos. El primero se refiere a la obra El Circo, de Gómez de la Serna. Ya dije que me sorprendió esa fuerza circense que hace que los sustantivos cojan un látigo y adiestren a los adjetivos, que los verbos armonicen la sesión haciendo que los adverbios parezcan infinitos. El segundo, paso a relatarlo a continuación.
Sorprendido por esta relación que hace Borges entre Gómez de la Serna y el circo, termino el Prólogo a la obra de Silverio Lanza escrito por Borges con el rostro encendido: “La note suffit (la nota me basta), escribió Jules Renard, cuyos Regards inspiraron acaso a nuestro autor la iridiscente greguería, que Fernández Moreno comparó con una burbuja”.
Sorprendido por esta relación que hace Borges entre Gómez de la Serna y el circo, termino el Prólogo a la obra de Silverio Lanza escrito por Borges con el rostro encendido: “La note suffit (la nota me basta), escribió Jules Renard, cuyos Regards inspiraron acaso a nuestro autor la iridiscente greguería, que Fernández Moreno comparó con una burbuja”.
Renard, Gómez de la Serna, la greguería influida por el micrograma de Renard, por su laconismo y aspiración de sentencia. Y escribo esta greguería para mí: “El lector ama más, como la mujer, a quien más lo ha engañado”.
Bravo, Tomás. El libro del desasosiego es una de esas obras imprescindibles y, como paradoja, hay que leerla con sosiego, porque de lo contrario te puede dejar aún más conscientemente solo y abandonado. Pessoa, Borges, Ramón... Qué buenos amigos tienes.
ResponderEliminarDe engaños y de mentiras se construye cualquier obra (¿del arte?). Y desde luego que los lectores o los espectadores queremos que el autor nos seduzca con todas las mentiras que sea capaz de juntar para hacernos compartir una emoción o para construir una perfecta historia, una historia que palpite de realidad, que no dudemos de que sea verdadera. Así que tienes razón: solo del buen mentiroso sale algo tan real como para que llegue a desaparecer el rostro del autor.
ResponderEliminarEso debe de ser el arte: capacidad de seducción. ¿Como la mujer? También hay hombres que aman más a quien más le engaña. ¿Paradojas necesarias tal vez?
Saludos.
Muchas gracias, Juan Antonio, por tus comentarios, siempre traes aires frescos. Contigo, Kalía, estoy en eso de las paradojas que señalas. Salud a los dos.
ResponderEliminarConsiderar todo cuanto nos sucede como accidentes o episodios de una novela, a la que asistimos no con la atención sino con la vida. Sólo con esa actitud podremos vencer la malicia de los días y los caprichos de los acontecimientos.
ResponderEliminarF.P
Maestro de maestros...y solo, siempre solo.
Un saludo,
María
Gracias miles, María, poe tu visita y tu huela en forma de comentario.
ResponderEliminarSalud para ti.