sábado, 11 de agosto de 2018

Hemingway pasea el gato bajo la lluvia en París mientras suena el sur atlántico.

En la plenitud todo es un olvido de sí, un suceder alterno. Acontece lo que somos en la otredad y nos llega un reflejo, acaso una idea furtiva de ese acontecer ya solo en la memoria.

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Con Proust la prosa adquiere esa pertenencia inequívoca al discurso narrativo. Es madrugada y todo me conduce a París; allí sentado en un café leo "Gato bajo la lluvia" de Hemingway. Cansados de buscar a la Maga todo el día decidimos fumar Gauloises y mirarnos hasta la locura.

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El viento entre las ramas entonaba un silbo incógnito. Música que guía al corazón que decide la rama y la raíz. Origen y búsqueda. Oscuridad, tierra; delirio y camino.


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Merodeando Faro Camarinal, a pesar del incendio cercano. Paseo por el sur atlántico. Vuelta a la orilla. El atardecer, la mar rabiosa de levante, el cielo oliváceo y fértil de grises: todos los misterios frente a los ojos.

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Una biblioteca, la casa, los volúmenes rodeando todos los ambientes; libros leídos, libros ensoñados, libros nunca abiertos. Libros y vida, la biblioteca como un territorio y una dilatación del ser.

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En la calima incipiente nada como la prosa de Juan Rulfo. El remate es Faulkner, a toda luz, desvencijando los rudimentos de la narrrativa. Y algún cuento, parisino, de Hemigway para el café.

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Todo deseo, todo pensamiento de anhelo es la fricción en la consciencia entre el ser y el estar.

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En la propia existencia humana sucede la alienación del individuo en sombra, en nada. Cabe el espíritu, la idea, la razón luminosa, la palabra, la música, el amor para edificar una identidad aunque fugitiva ética en su paso por la tierra. Armonía y verdad.