jueves, 31 de octubre de 2019

El contorno de los signos.

ESCRIBIR, escribir desde hace ya muchos años como salmo o irracional plegaria.

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"Estás solo. Aprendes a andar como un hombre solo, a vagar, a callejear, a ver sin mirar, sin ver. Aprendes la transparencia, la inmovilidad, la inexistencia. Aprendes a ser una sombra y a mirar a los hombres como si fuesen piedras", escribe George Perec en Un hombre que duerme.  Releo las páginas de Perec,- a las que no acudía hacía ya bastante tiempo-, y trato de recordar los paseos por París, aquellas tardes en solitario en que recorría una y otra calle como si todo fuera desierto o trocadero infinito.  De aquellas tardes en que la indiferencia no tenía ni principio ni fin, sino que era un estado inmutable, un peso leve, una inercia que nadie lograba entender más que el yo que era entonces. Y eso individuo que poseía mi nombre y mi figura se comenzaba a percatar de que la indiferencia disuelve el lenguaje, lo enturbia y desbroza los signos en meras señales. 

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"Ahora vives en lo inagotable", fueron las palabras que se me vinieron a la mollera cuando J.S.M. me hablaba de P. y su condición mental. " Cada día estás hecho de silencios y ruidos, de luces y sombras, de espesuras, de esperas, de escalofríos". 

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Y culmino la tarde con George Simmel, Imágenes momentáneas, una estampa titulada "Más allá de la belleza". Me quedo con el subrayado que define toda una época para las artes: "Sí, nos resulta difícil tener ingenio".