domingo, 24 de enero de 2010

Una curiosidad histórica.

Andaba el otro día leyendo una de las mejores obras literarias escritas en verso, La epístola moral a Fabio, del capitán Andrés Fernández de Andrada. Resulta que, después de soliviantar mi conducta con estos tercetos tan maravillosos, después de convertir la tarde en una cadencia atercetada a ritmo de moralidades, leo en una carta que Fernández de Andrada estuvo en Sanlúcar el 15 de julio de 1596. ¿Por qué motivo estuvo aquí el poeta capitán?
Escribe Andrada una carta familiar y noticiera fechada el 15 de julio de 1596 desde Sanlúcar. La carta está inscrita en relación a la toma y el saqueo que se produjo, en ese año, por parte de los ingleses, de Cádiz. El hecho, sin duda, es de los más estrambóticos de la antiquísima provincia en la que vivimos, así que no vamos a relatar con detalle en qué consistió. Nos quedaremos con que una armada de la flota inglesa entró por Portugal hasta llegar a Cádiz. Los ingleses comenzaron a liberar a todos los ingleses que había en la ciudad y a consumar su posterior saqueo y quema. Ante estas circunstancias, gente de las ciudades vecinas acudió al rescate. Especial importancia tuvo la ciudad de Jerez en esta defensa.
Andrada estaba en Sanlucar. Había llegado de Sevilla. La carta la escribe una vez que llega a Sanlúcar y se entera de la quema de la ciudad de Cádiz. En la carta rinde cuenta de las actuaciones que se realizaron para paliar el enfrentamiento. El poeta hace referencia a una serie de futuros ahorcamientos a desertores en Sanlúcar, práctica que se había ejecutado en Jerez y El Puerto con anterioridad. El arzobispo de Sevilla era opuesto a este tipo de prácticas y pedía que se le solicitaran, a pie de horca, clemencia. Sin embargo, el tema al que más tiempo e interés dedica Fernández de Andrada es al “delito de los clérigos”. ¿Cuál era ese delito que tanto le inquietaba?
Parece ser que hubo un conflicto de jurisdicciones entre la eclesiástica y la castrense, ya que muchos de los desertores se habían refugiado en las iglesias a sabiendas de la posible impunidad que podían alcanzar. En este sentido, en Sanlúcar es posible que algunos clérigos debieron de ejecutar actos que la castrense consideró delitos. Por ese entonces, don Rodrigo Ponce tenía el mando de las fuerzas que estaban en Sanlúcar y prefirió remitirse a la templanza. Desvió el asunto a otras informaciones.
Más allá de la exactitud de los datos aquí expuestos, lo emocionante es que Fernández de Andrada estuvo en Sanlúcar a finales del XVI y que el dato me llegó a las manos cuando disfrutaba de la lectura de sus tercetos. Una relación entre literatura, vida y ciudad que hace de este territorio un lugar más enigmático y profanado por mi conciencia. Sólo resta que, a partir de ahora, comience a indagar los lugares en los que pudo haber estado asentado Andrada. Ya la ciudad ofrece nuevas cadencias.

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