miércoles, 12 de noviembre de 2008

OFICIO EN LA NIEVE.

Algunos dicen que no se debe escribir poesía antigua, de otros tiempos, decimonónica. Me pregunto, ¿cuándo se volvió antigua la poesía? ¿Qué entienden por poesía antigua? Un solo verso de Rilke levanta estas palabras de su insolencia. Por no hablar de Horacio, Leopardi, Quevedo… ¿No será que no han visto lo moderno de estos y otros antiguos?

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Enquistado en un adjetivo que usa Hemingway en un cuento, me pregunté si aquellas líneas las había escrito en la Plaza de Contrescarpe, donde me encuentro ahora pensando que un señor de barba blanca y cuerpo envirotado entra en la mesa de este bar parisino, saca su moleskine y anota las quinientas palabras que decía escribir cada mañana.
Contemplando la geometría de la tarde cayendo sobre la piedra, comprendí que una palabra es una errata en el blanco del mundo, un desdecir la realidad. París es lítica, ya se sabe, y la piedra es el resguardo de la memoria. Un adjetivo que me detiene en la ya lenta relectura de Hemingway. Las nieves del Kilimanjaro, el cuento. Abandono el adjetivo y me doy cuenta de que la palabra está ubicada en un párrafo perfecto, de inmejorable factura. Hay una lección del uso del punto y coma, además. Con un párrafo como ese me sentiría satisfecho. Entonces escribo: Escribir es alcanzar el silabeo de la nada.

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Sólo me siento el mismo cuando soy un desconocido. Vivir en otras ciudades, pasear por lo que nunca fue rutina, entender el horror dulcificado de no ser nadie y de que mi voluntad termina en mi voluntad. “Toda vida, como sus páginas, se repite muchas veces, en sus propias pasiones, en sus propios gestos y en sus propias aprehensiones. Su autobiografía tiene la coherencia de la fragmentariedad”, dice Magris de un personaje que visita el Café San Marcos todas las tardes, en Trieste. Y yo me imagino esa coherencia de la fragmentariedad y me convierto en el personaje de Magris y le obligo que escriba unas páginas para mi vida, para dejar por escrito que fui un buscador de cafés inencontrables en que nadie impone nada, ni una ideología, ni una estrategia, ni una sola palabra hacia el otro. Todos entienden en el café que la autobiografía es fragmentaria y que las vidas que allí se reúnen vienen a trazar una suerte de anonimato familiar, de intrínseco sentido de democracia.
Uno puede mondar el yo y dejarlo meditabundo y observando cómo nos alejamos de él. En sus lágrimas nos reconoceremos.

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Antes de terminar de escribir esta entrada, hojeo unas páginas del Oficio de vivir, de Cesare Pavese. El 9 de octubre de 1935 escribe: “Aunque sintamos un pálpito de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con acierto a un sustantivo, no es asombro ante la elegancia de la cosa, ante la prontitud del ingenio, ante la habilidad técnica del poeta lo que nos conmueve, sino maravilla ante la nueva realidad puesta de manifiesto.” Y entonces me levanto de esta silla en la Contrescarpe, maravillado por encontrar en la literatura las razones de la vida; y de entender que la nieve y la literatura comparten el blanco del universo y las borrables palabras como huellas. De nuevo abro las páginas de Hemingway y me encuentro con una fiesta que no se acaba nunca y que sin embargo sólo se traduce en evidencia cuando uno se entrega al oficio de vivir la literatura.

7 comentarios:

  1. Una reflexión sobre el primer comentario (los otros, sobrecogedores, poco tienen que matizar, más bien, aplaudirlos): un clásico nunca es antiguo. Recuerdo una charla con Amancio Prada en la que comentaba que había puesto música a un poema de Garcilaso "joven". Rápidamente se matizó a sí mismo: "Qué tontería", dijo, "Garcilaso siempre es joven, como Manrique o como San Juan de la Cruz. He querido decir, del primer Garcilaso". Yo lo suscribo.

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  2. Curiosamente yo ando dándole vueltas a lo mismo últimamente: tradición, renovación, Garcilaso, Manrique. Excelente entrada. Suscribo lo dicho por Juan Antonio (¿Qué dirán sus excelentes apócrifos?)Un saludo

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  3. Estupendos comentarios, gracias por vuestra lectura feliz.Un saludo.

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  4. Tomás, apostillo algo sobre el primer párrafo de esta entrada. Hay poemas que son atemporales, escritos por poetas que aunque nacieran en el siglo I a.C. son más contemporáneos que muchos de nuestros contemporáneos. Ovidio conoce el alma humana como la palma de su mano, y pocos como Quevedo han sabido expresar el desgarrón afectivo y la angustia por el paso del tiempo, por ejemplo. Pero está claro que, a estas alturas, no podemos escribir de la misma manera que Ovidio o Quevedo. El problema, como siempre, no es el contenido, porque los temas son los mismos, sino la forma. Tradición y renovación, o más bien tener conciencia de cuáles son los modelos, la poesía de la que se puede aprender, e intentar que no sea exactamente igual que lo anterior.
    Extraigo una palabra de tu entrada: "decimonónico". Te hago una pregunta: ¿debemos seguir escribiendo como en el siglo XIX, como Bécquer o mucho peor aún, como Campoamor o Núñez de Arce? Estos tres, cada uno con sus aciertos y sus fallos, nunca conocieron Auschwitz o Internet.
    Por supuesto no hay poesía antigua o moderna, sino buena o mala, sabia o inane.
    Un abrazo.

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  5. Gracias, Diego, por tu comentario, inteligente y punzante, como lo que escribes.Tú mismo has terminado por disolver en el mismo ungüento la forma y el contenidos,el haz y el envés de la literatura. La "forma" es un problema que se resuelve con el contenido; el "contenido" un enigma que se trans"forma" en forma. ¿Son malos los sonetos de García Baena, ls endecasílabos de Gimferrer, la silvas de Brines, las odas de Colinas? La cuestión no es que exista Internet o Auschwitz (bueno, este último una desgracia) por sí mismos, sino en la literatura. Los encargados son los escritores. Saludos, hermano y compañero de las letras.

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  6. Hombre, Tomás, por forma no solo me refiero a un soneto, una silva o un endecasílabo. Lo que a mí me interesa es la forma de la literatura desde sus tres planos: el fonético-fonológico, el sintáctico-gramatical y el léxico-semántico. Creo que si se puede hacer algún avance -con toda la pedantería que pueda caber en esta palabra- está en el trabajo en estos tres planos.

    Un abrazo.
    pd: ¿Leiste aquello...?

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  7. Comparto esa visión estructuralista para el análisis de la obra literaria, pero otro cantar es la creación. Y en ese respecto estoy más cercano a una fenomenología en que la forma viene a ser una cosa distinta, más amplia y abstracta, que los fonemas, las palabras, los sintagmas... Un saludo y gracias por tus comentarios. Salud.

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