El miércoles fue un día cargado de emociones. Por un lado, comprobé, como un personaje de ficción, que el huerto circula por las librerías en las que he comprado miles de libros. Al verlo, sufrí un proceso kafkiano, de extrañeza, de conmoción, pero al mismo tiempo de excedencia de mí mismo. De repente, una interinidad me habitó. No me identifiqué ni en ese nombre que me dieron, ni en esas páginas que he escrito. Nada de lo que hay en ellas me pertenece; ya son independientes y así permanecerán más allá de mis días. Sólo al releerlas, puedo identificar el principio o el impulso con que fue escrito el poema. Sólo eso, nada más.
Por otra parte, tuve un encuentro con Enrique Vila-Matas, ya que se presentó, en Sevilla, su novela Dublinesca. Al cobijo de Fernando Iwasaki, pude mantener con el autor shandy unas palabras de mutuo reconocimiento, ya que, dada su agudeza, me identificó. Cosa que me asustó en demasía y que me condujo a una timidez inusitada que paralizó un buen puñado de preguntas y de sugerencias sobre su obra que tenía preparadas. Me sentí como ese personaje escondido detrás de una capa que dibuja en sus dedicatorias, como ese ser sin rostro del que sólo se intuye su figura. De cualquier forma, sus palabras fueron balsámicas. Aunque al escuchar mi nombre en su boca, con su acento, me ocurrió el mismo proceso que al contemplar el libro. Estaba allí, pero en ausencia de mí. Estaba o más bien deseaba ser allí, con toda la plenitud de la conciencia. Y sólo fui consciente de la ficción. No tendré más remedio que escribir la lectura de este libro. Comenzaré la nueva lectura de la escritura. Sístole y diástole. Ya he comprado los billetes de avión para Dublín. Allí leeré el libro.
Por otra parte, tuve un encuentro con Enrique Vila-Matas, ya que se presentó, en Sevilla, su novela Dublinesca. Al cobijo de Fernando Iwasaki, pude mantener con el autor shandy unas palabras de mutuo reconocimiento, ya que, dada su agudeza, me identificó. Cosa que me asustó en demasía y que me condujo a una timidez inusitada que paralizó un buen puñado de preguntas y de sugerencias sobre su obra que tenía preparadas. Me sentí como ese personaje escondido detrás de una capa que dibuja en sus dedicatorias, como ese ser sin rostro del que sólo se intuye su figura. De cualquier forma, sus palabras fueron balsámicas. Aunque al escuchar mi nombre en su boca, con su acento, me ocurrió el mismo proceso que al contemplar el libro. Estaba allí, pero en ausencia de mí. Estaba o más bien deseaba ser allí, con toda la plenitud de la conciencia. Y sólo fui consciente de la ficción. No tendré más remedio que escribir la lectura de este libro. Comenzaré la nueva lectura de la escritura. Sístole y diástole. Ya he comprado los billetes de avión para Dublín. Allí leeré el libro.
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Compruebo que llevo unas semanas de escasa lectura y que eso me deriva a escribir sobre otros asuntos que no son estrictamente literarios. Eso, aquí, en este diario, es una novedad, pero también una confirmación. Porque a pesar de que la presencia de obras, autores o citas hayan disminuido, el resto de escritura se mantiene muy apegado a los tentáculos de la ficción. Creo que es un proceso irreversible, un mal de montano. Sólo quería registrar esas sensaciones como si fueran síntomas claros y evidentes de la lectodependencia.
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Sobre la mesa, Huxley, Barnes, Magris, Leopoldo Panero, Bernhard y Vila-Matas. En las baldas, el resto del mundo. Yo, aquí postrado y evidenciando la finitud.
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