Esta tentativa infinita de escribir que se despliega en el blanco ha sido una metáfora constante de la sombría presencia de las palabras. Negro sobre blanco, sombra sobre luz, a pesar de que la filosofía oriental traslade los símbolos de forma distinta a occidente y prefiera fijarse en las sombras y no en la luz. A pesar de todo, prefiero atender a la mezcolanza de ambas fuerzas, a la doble dimensión de la propia lengua, pensamiento y realidad, fenómeno y noúmeno. Creo que, en esa lucha interna que es connatural a la propia lengua, el ritmo y la armonía de los contrarios es la cúspide de la belleza. Cuando alguien logra armonizar su lengua, repleta de magmas internos que expulsan incontrolables significados, está alcanzando la belleza y acaso la verdad. Porque la verdad sólo puede ser dicha a través de la belleza.
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