AQUÍ, sentado en esta calle bulliciosa y de perfiles diversos, comienzo a tomar un café mientras termino de leer algunos poemas de Paul Celan, un fragmento de Hannah Arendt, una selección del Cuaderno de P. Valéry, de releer la Carta VI de Rilke a un joven poeta, -puede que él mismo-, y la enjundiosa Biographia literaria de Coleridge. A todo esto, corona la pila de libros una libreta nueva, que compré en el Louvre, y que le he dado el nombre de "Cuaderno de París": gris, con un detalle del retrato en que Rafael nos trae un retrato de Castiglione, y con algunas impresiones ya escritas en las páginas interiores del Colegio de España y de Sainte-Chapelle.
Me quedo con la cabeza envirotada, observando el devenir de un grupo de niños, mientras pienso en lo que acabo de leer en la Carta VI de Rilke. En su redacción final, afirma lo siguiente:
"piense que lo menos que podemos haberes no dificultarle más su devenir, como no se dificulta la tierra a la primavera cuando quiere llegar".
Claro está que Rilke se refiere a la poesía, pero lo hace con una naturalidad clarividente, con un razonamiento preclaro y diáfano sobre la acción de poesía en el mundo con la intervención del poeta. Advierte Rilke de la desazón que debiera arder en el poeta de verdad cuando este o bien fuerza la presencia de poesía o bien deja de invocar a su consciencia y condición para encontrarla.
En este punto, me dirijo a las páginas de Valéry: "La poesía es el lugar de los puntos equidistantes entre lo que puro sensible y lo puro inteligible en el ámbito del lenguaje".
Mi inquietud se dirige ahora hacia el suicido de Paul Celan: un cuerpo, un río, una idea, quizás la consciencia intuitiva de la desobediencia o la soberbia de la condición humana achicando el cuerpo de un hombre solo de un solo hombre.
Paul Celan, escribió un hermoso poema que pertenece al libro De umbral en umbral. A la muerte de su hijo, François, al poco de nacer, surgieron estos versos:
Las dos puertas del mundo
están abiertas:
abiertas por ti
en la doble noche.
Las oímos golpear y golpear
y llevamos lo incierto,
llevamos el verdor a tu siempre.
Y, mientras se apaga la luz de París en la recoleta calle parisina, la luz del día en un hombre solo, mientras voy acabando el café ya destemplado, mientras que todo sucede al margen de uno (las voces, los diálogos, las declaraciones de amor, las enemistades, la reconciliación, los sueños en los transeúntes, las ideas y venidas de los cuerpos flotantes) entiendo que entregarse a la poesía es una actitud plenamente ética, más ética que cualquier otra cuestión incluida la estética.
Porque la poesía, el Arte, es una transición del espíritu del paso de esta tierra leve a otra tierra leve y en esa transición, en ese encuentro aritmético, el espíritu halla un fulgor equidistante y puro, sensible e ininteligible que llamamos poesía.