RELEO un texto de Shopenhauer y de inmediato me voy a la estantería para rescatar Historia de la eternidad de Borges. Recuerdo el subrayado a la perfección: "Los individuos y las cosas existen en cuanto participan de la especie que los incluye, que es su realidad permanente".
Claro está que en este aserto de Borges puede uno colegir toda una corriente de pensamiento universal en que confluyen el I Ching con Parménides, el Tao Te King con Platón e incluso los textos de índole religioso de toda cultura. Sin embargo, la afirmación es un territorio idóneo para adentrarse en una reflexión sobre el ordinario suceder la realidad. En ese desencuentro entre lo que somos y lo que pensamos que vamos siendo. Uno es siempre todavía.
El automatismo del diario, como individuo, no es cosa nueva, ni siquiera la exasperante incapacidad por frenar lo que sucede a nuestro alrededor. Todo conato de levantarse contra el devenir de alcoba, provoca una frustración eterna, un Sísifo permanente en cada uno de nosotros.
El tiempo, la impronta del tiempo que poseemos, parece tener adherida la sustancia de sucesión. Y todo es sucesivo aparentemente hasta que un día, una noche luminosa, aparecen los destellos de una realidad y un jardín de senderos que se bifurcan: es la consciencia luminosa y con ella la gracia de saberse eterno para siempre mientras dura la eternidad.
En ese tránsito, en el ínterin, nos acompañan individuos con los que encontramos esa materia de eternidad para compartirla. Puede que ser hombre es hallar al prójimo que sucede en armonía con uno mismo.
En ese tránsito, en el ínterin, nos acompañan individuos con los que encontramos esa materia de eternidad para compartirla. Puede que ser hombre es hallar al prójimo que sucede en armonía con uno mismo.