TENGO para mí que la obra literaria de un autor debe mantener un recorrido de pura cadencia. Qiere decir esto que sumar obras, libros que procedan más del afán personal que de la imperante naturaleza literaria no es más que intervenir en la literatura con parámetros y actuaciones de la condición humana. Un libro es el espíritu de un individuo que hace arqueología de la naturaleza humana en público, a la luz, con la incandescente llama de la palabra. Cuando sucede al contrario, el libro es un artefacto ridículo y soez. Y ahora, en este tiempo, resulta que cualquiera puede construirse una obra literaria. Paradojas de este tiempo.
DE Diligencias de Trapiello tan solo puedo decir que no soporta el diapasón y la candidez literaria de Troppo vero o La manía, por ejemplo. Las primeras cien páginas de Diligencias bien vale para echarlas al chamarilero más cercano para venderlas de estraperlo o de cajetín. Esperemos que remonten las páginas venideras y no nos lleven a la desesperación y el abandono.
H. HESSE, en El juego de los abalorios, determina que la actitud humana cuya expresión es la música clásica [...] aspira a una misma condición de superioridad del acaso".
Y transcurre el día, tras capítulos de alcoba, observación de la condición humana escuchando a Beethoven en sus Sonatas para piano con las que trato de hallar el solsticio y la templanza para sentir el aire cándido y terapéutico de la vida en sí.