Una vida jamás puede ser aburrida, en todo caso está mal contada. Por eso, las vidas que no se cuentan se dejan relatar en la boca o en la pluma de los otros. Pero deviene un problema, más bien una incapacidad en todo esto de relatar vidas ajenas, ausentes, de los otros. Y es que en la vida uno termina siendo la vida de muchos, la danza solitaria de los días se entremezclan en el baile multitudinario de los hombres. Pessoa lo descubrió pronto, supo intuir las posibilidades de transmutación que poseemos los que pensamos que la vida y la literatura pueden fusionarse en una estirpe escrituraria que las desvirtúa.
De un tiempo a esta parte, me acompaña mi cuaderno de notas, mi moleskine maltrecho. He decidido que voy a apuntar en él las actitudes, los comportamientos o las palabras de otros que más llamen mi atención. De esta forma, si la vida del individuo que observo – la Plaza del Cabildo, el periódico local desplegado, la cerveza descansando sobre la madera- es aburrida eso no me importa, ni lo sé ciertamente. Me apresuro a escribir esto que ahora leéis y que no es más que un intento de salvar del aburrimiento los minutos que dedica a permanecer sentado en esta mañana de sábado. Entonces imagino que trabaja de esto y de lo otro, que tiene una familia, una hija que estudia en el Instituto. Sus ademanes son comedidos, propios de una persona educada, que mide su comportamiento en el sentido común. Y todo lo escribo, lo registro en el cuaderno que completo a mano y con ello mi vida también se escurre del aburrimiento, y por eso mi vida
, al entrar en otra vida, se confunde.
Cuando he levantado la cabeza para confirmar su permanencia, para intentar inventar sus hipotecas con los sentimientos, he comprobado que se acaba de marchar. Al poco tiempo confirmo mis sospechas cuando veo su figura a lo lejos, abocetada y difuminada en el gentío de la calle Ancha.
Ahora ya no me queda nada, solo el recuerdo. Su vida no seguirá el curso de estas letras, ni saldrá al fin del aburrimiento, ni podré continuar con esta tarea. Sin embargo, creo que es ahora cuando debiera empezar a escribir de verdad, quiero decir, es este el momento en que sólo cuento con la literatura para enlazar el recuerdo del porvenir que se anida en mi mollera, acaso las aguas preclaras del futuro.
Miro a mi alrededor y observo que me observan. Siento la extrañeza de que alguien se ha percatado de que estoy usurpándole la vida a otro para hacer de la mía, de mi tiempo y mis costumbres, literatura. Y siento, además, en un punto fugitivo donde todo se eterniza, que alguien escribe sobre lo que escribo, que apunta en su cuaderno que alguien, yo, escribe sobre otro porque su vida es aburrida, quizás porque nadie la cuenta bien, o nadie la relata.
De un tiempo a esta parte, me acompaña mi cuaderno de notas, mi moleskine maltrecho. He decidido que voy a apuntar en él las actitudes, los comportamientos o las palabras de otros que más llamen mi atención. De esta forma, si la vida del individuo que observo – la Plaza del Cabildo, el periódico local desplegado, la cerveza descansando sobre la madera- es aburrida eso no me importa, ni lo sé ciertamente. Me apresuro a escribir esto que ahora leéis y que no es más que un intento de salvar del aburrimiento los minutos que dedica a permanecer sentado en esta mañana de sábado. Entonces imagino que trabaja de esto y de lo otro, que tiene una familia, una hija que estudia en el Instituto. Sus ademanes son comedidos, propios de una persona educada, que mide su comportamiento en el sentido común. Y todo lo escribo, lo registro en el cuaderno que completo a mano y con ello mi vida también se escurre del aburrimiento, y por eso mi vida
, al entrar en otra vida, se confunde.
Cuando he levantado la cabeza para confirmar su permanencia, para intentar inventar sus hipotecas con los sentimientos, he comprobado que se acaba de marchar. Al poco tiempo confirmo mis sospechas cuando veo su figura a lo lejos, abocetada y difuminada en el gentío de la calle Ancha.
Ahora ya no me queda nada, solo el recuerdo. Su vida no seguirá el curso de estas letras, ni saldrá al fin del aburrimiento, ni podré continuar con esta tarea. Sin embargo, creo que es ahora cuando debiera empezar a escribir de verdad, quiero decir, es este el momento en que sólo cuento con la literatura para enlazar el recuerdo del porvenir que se anida en mi mollera, acaso las aguas preclaras del futuro.
Miro a mi alrededor y observo que me observan. Siento la extrañeza de que alguien se ha percatado de que estoy usurpándole la vida a otro para hacer de la mía, de mi tiempo y mis costumbres, literatura. Y siento, además, en un punto fugitivo donde todo se eterniza, que alguien escribe sobre lo que escribo, que apunta en su cuaderno que alguien, yo, escribe sobre otro porque su vida es aburrida, quizás porque nadie la cuenta bien, o nadie la relata.
(Ilustración, San Jerónimo escribiendo, Caravaggio)
Muy borgiano el final. A mí me sucede algo parecido: cuando anoto en mi cuaderno, aunque me digo que nadie, salvo yo, sabe lo que estoy escribiendo, tengo la impresión de que hay quien puede leerlo, pensar que soy un idiota, un diletante o un chismoso. Sin embargo, no se me había ocurrido pensar que tal vez tú me hayas robado alguna vez un ademán, una palabra o incluso un sueño. A partir de ahora vigilaré a quienes me miren libreta en mano.
ResponderEliminarSaludos.
El robo de los sueños también lo utilizó Borges, como siempre de forma genial. Tabucchi, en "Sueños de sueños", desarrolla este tema y esta forma de afrontar la realidad en las poéticas somnolientas de los otros. Saludos, Antonio.
ResponderEliminarQué bueno. Habrá que tener cuidado contigo: si alguna vez sospecho tu figura sentado en la terraza de un bar compartido, tendré que tomar precauciones para salir bien parado en las anotaciones de tu moleskine. Pero tú tampoco puedes estar tranquilo: tal vez yo me adelante, y seas tú el retratado, o el retratado que retrata a quien lo retrata.
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