Un amigo muy querido, Iván, escribió hace poco unas hermosas palabras acerca de la búsqueda y la exploración de la verdad que, según él, engendramos en nuestros adentros aun sin saberlo a lo largo de nuestra vida. Es cierto, quizás nos morimos sin conocer nunca ese ángulo indefinido que nos sustancia completamente; sin explorar los abismos que contenemos a pesar de la sensación de plenitud que nos recorre con apariencias y espejismos inciertos. A lo mejor esta vida solo especula encanallada sobre aquello que debiéramos ser; solo tanteamos lo que debiéramos ser. Sin embargo, a pesar de nuestra incapacidad y sordomudez para descifrarnos, existe a nuestro alrededor varias vías que se pueden incorporar como unas anteojeras que desvelen, al menos, por dónde se sitúan todos estos distritos del ser, a saber: la poesía y la filosofía. Estoy contigo, compañero, y me has movido a escribir estas palabras, que no es poco, a pensar por un momento que si tú has conocido y tocado y saboreado por instantes la verdad de los hombres que tú acumulas, debo decirte que yo también lo he hecho justo en el momento en que he creído lo que escribías. Para que no sea todo un balbuceo inadecuado, escuchemos al poeta, en una poema que se aproxima a todo esto que traemos entre manos:
Una vez más viajando desde un continentehasta otro continente, desde un mar
a otro mar, de Occidente
a Oriente, de Oriente
a Occidente, sumidos
en la negra noche del planeta,
sonámbulos, esclavos
de eterna dualidad.
Viajamos por la vida (y por nuestro interior)
hasta que, liberados para siempre,
renazcamos al fin a nueva luz.
Es nuestra obligación continuar siempre
el viaje hacia el centro de los centros,
viajar entre océanos (o por un mar de dudas)
llevando en nuestras dos manos abiertas
-como ofrenda, como paloma ardiente-
sólo unas pocas brasas:
estas de las palabras del poema.
Brasas de las palabras del poema,
en las manos abiertas, que desean un día
ser llama, o ser hoguera, o fuego blanco
de la más pura luz frente al negror del mundo.
Y ser al fin la fuente de la que irá manando
una luz que ilumina por dentro,
la luz que se saciará
para siempre
nuestra sed de infinito.
La sed de quien desea eterna plenitud.
("TRES ESTAMPAS DE ORIENTE", Desiertos de la Luz, ANTONIO COLINAS)
Gracias...
ResponderEliminarUn abrazo
Puede arrojarnos la luz de su apellido para enlucir el extravío de estas almas. ¡Queda invitado,camarada!
ResponderEliminarhttp://tropicodelamancha.blogspot.com
y por dónde comenzamos??
ResponderEliminarLos viajes desde la negrura de la noche a la zona iluminada del conocimiento, o sea los peregrinajes y deambulares a tientas en búsqueda de la lucidez, son habituales desde que la filosofía y la poesía se dieron la mano. Al menos desde el poema de Parménides.
ResponderEliminarSaludos
Estoy totalmente de acuerdo contigo, parmenides es un punto de inflexión importantísimo. tanto que le voy a dedicar unas palabras. Gracias.
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