GRACIAS a ciertas lecturas se le va afinando a uno el instinto en las librerías de lance, en los rastros y baratillos que, cada vez menos, se muestran al público. En una de esas andaba cuando recogí, entre papeles humedecidos, cartas y postales de principio de siglos (“Querida Pepi: pronto volveré…) un libro harto significativo para la configuración de lo que Trapiello llamó "las armas y las letras". El libro en cuestión es Fundación, Hermandad y Destino, del escritor Rafael Sánchez Mazas, inmortalizado por Javier Cercas en Soldados de Salamina. Es un libro de ensayo e iniciador del ideario falangista con el que Sánchez Mazas se colgó el sambenito ad infinitud de escritor y prócer falangista, merecidamente, a pesar de la calidad de su prosa en Rosa Krüger y de algunos de los versos que se alejan de lo panfletario.
Es la primera edición, en 1957, y está publicado por Ediciones del Movimiento.
Abre el libro una carta, muy citada por lo demás, en que José Antonio escribe a Sánchez Mazas a modo de salutación: “Querido Rafael: Voy a escribir muy pocas cartas, pero una ha de ser para ti”. Tras esta carta aparece un Pórtico escrito por el compañero de Falange, Eugenio Montes, en un tono épico, desbordante, de tendencia a enaltecer desmesuradamente la figura del autor de marras. Está escrito en Burgos, un 14 de febrero de 1939, cuando la guerra estaba claramente finiquitada.
El prólogo está compuesto de unas palabras escritas a mano, que supuestamente reproducen su caligrafía: “Ni me arrepiento ni me olvido”; sentencia que, leída ahora, exhala, cuando menos, el hedor de lo que sucedió por entonces.
Es la primera edición, en 1957, y está publicado por Ediciones del Movimiento.
Abre el libro una carta, muy citada por lo demás, en que José Antonio escribe a Sánchez Mazas a modo de salutación: “Querido Rafael: Voy a escribir muy pocas cartas, pero una ha de ser para ti”. Tras esta carta aparece un Pórtico escrito por el compañero de Falange, Eugenio Montes, en un tono épico, desbordante, de tendencia a enaltecer desmesuradamente la figura del autor de marras. Está escrito en Burgos, un 14 de febrero de 1939, cuando la guerra estaba claramente finiquitada.
El prólogo está compuesto de unas palabras escritas a mano, que supuestamente reproducen su caligrafía: “Ni me arrepiento ni me olvido”; sentencia que, leída ahora, exhala, cuando menos, el hedor de lo que sucedió por entonces.
Sin embargo, espigando entre sus páginas, he dado con un párrafo con el que se podría establecer un juego pragmático si se quiere, lingüístico en todo caso, trastocando la situación comunicativa. Fíjense en las palabras que siguen: “Para afirmar la unidad de España no se debe negar la diversidad. Castellanos, vascos, catalanes, gallegos, andaluces, deben estar unidos precisamente porque son diversos. Es un argumento cerril el que alega la diversidad para la desunión. Nosotros alegamos, respetamos, amamos profundamente la diversidad como fundamento de una unión perfecta (pp.23-24)”.
Seguiré escudriñando esta porción de la historia de España que ahora se me cruza en mis lecturas, rebuscando entre cajones, libros moteados con moho y otras sustancias olvidadas, indescifrables. Tanto como las palabras que los componen y los autores que las suscriben.
¡Me ruborizan tus palabras, Lucena querido! El agradecimiento es mío, del trópico entero, al igual que la sorpresa. Sobre todo porque de tus clases, lo que me llega todo son buenas referencias y magníficos recuerdos. ¡Así que el agradecimiento es mío, pleno, como un texto; derivado, flexionado y compuesto; semántico y asociativo; con todas las implicaturas y perlocuciones; sin elipsis pero con recurrencias; cohesionado hasta el punto de un anclaje que vertebra y focaliza la progresión; en un acto de habla directo e indirecto, como se quiera; ajustándome a la informatividad, la intencionalidad y tu aceptabilidad, entre otras cosas...¡Gracias miles!
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