lunes, 23 de marzo de 2009

Ciegas esperanzas.

Jean-Pierre Vernant, El universo, los dioses, los hombres, interpreta que el águila que se come cada amanecer el hígado de Prometeo es el rayo del propio Zeus. Por tanto, la luz es la que vuelve al ladrón del fuego para los hombres, luz en la luz, fuego en el fuego. ¿Qué es un poeta, el ladrón de un fuego que lo quema, un prometéico hacedor de palabras que crean la llama de la lucidez? ¿Es la poesía entendimiento, de qué physis?
Prometeo es un Titán y su posición ambigua, ni dios ni hombre, lo hace escapar del tiempo que rige sobre los hombres y los dioses. Ni el tiempo lineal ni la eternidad que sostiene al Olimpo. Prometeo es un círculo, mítico, recurrente, que se transparenta en la regeneración de su hígado, en la presencia circular del águila. ¿No es el poema el hígao que renace diariamente, en su lucha propia, en su misma forma?
Toda su actuación es una aspiración para los hombres: es su benefactor. Una temeridad para los dioses: es rebelde, independiente, astuto, incluso con el propio Zeus, con quien se alía en una ocasión y a quien se la juega en otra. ¿No es el poeta el contestatario del orden del mundo, el que , con el hechizo de la palabra, desa crear el mundo?

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La poesía es una traducción de la etiología, un paso inevitable que sustenta una de las piezas, la que se resguarda en las palabras. Los poetas etiológicos (entre muchos): Homero, Ovidio, Rilke o Juan Ramón Jiménez comprendieron de inmediato su posición intermedia en el mundo. Nada de abalorios y cisnes, de torres marfileñas, me refiero a la presumible esencia poética que se retuerce en la escritura.
Escribe Aristóteles en su Poética (Capítulo IX): “Lo universal consiste en plantearse a qué clase de hombres corresponde decir o realizar tales o cuales cosas en virtud de lo verosímil o lo necesario, un objetivo al que aspira la poesía a pesar de imponer nombres propios a sus personajes”. Medito sobre estas aserciones de Aristóteles mientras imagino el Cáucaso como un centro que imanta la posición del círculo. ¿Es más antiguo prometeo que Zeus? ¿Es, entonces, el dolor el símbolo de la humanidad, su condena?


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Toda la tarde a la vera de Prometeo encadenado, de Esquilo, sintiendo el calor volcánico de Hefesto, que lo trajo preso. Subrayé un pasaje creyendo que Borges habría hecho lo mismo. El pasaje en cuestión es una hipótesis que justifica el desamparo al que están sometidos los hombres, la maledicencia de un demiurgo que se equivocó con los humanos:
Prometeo. -Yo fui el atrevido que libré a los mortales de ser aniquilados y bajar al Hades. […]
Corifeo. - ¿Fuiste acaso aún más lejos?”
Prometeo. -Sí. Hice que los mortales dejaran de andar pensando en la muerte antes de tiempo.
Corifeo.- ¿Qué medicina hallaste para esa enfermedad?
Prometeo. – Puse en ellos ciegas esperanzas”.

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La vida, una ruina circular, caduca antes de su nacimiento, vertida en la ceguedad de la esperanza.

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