domingo, 15 de marzo de 2009

El oscuro fondo de la realidad entera.

Siempre que tengo que decir algo del Renacimiento en las clases –y digo decir, que no explicar- acudo a un par de libros que son inagotables en datos y sugerencias para acercarse, con buen pie, a ese periodo tan vasto y pluridisciplinar. Uno de ellos es Humanismo y Renacimiento en España, de Domingo Ynduráin (Cátedra), pero de este volumen hablaré otro día. El otro es al que quiero referirme hoy, al magistral La cultura del Renacimiento en Italia, de Jacob Burckhardt.
En alguna ocasión, algún compañero me ha avisado de su antigüedad y de su propuesta de tópicos que hoy han sido más o menos desvencijados. Pero a pesar de estas advertencias, creo que algunos libros, algunos manuales de referencia, guardan las líneas maestras por las que debemos encaminarnos para asimilar toda una época de la Historia. Algo parecido ocurre con Erasmo y España, de Marcel Bataillon (Francisco Rico lo considera la cumbre del hispanismo) o con Historia de Roma, de Theodor Mommsem o El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, de Fernand Braudel o El otoño de la Edad Media, de Huizinga, entre tantos otros títulos que deben estar en la biblioteca de cualquier lector que se precie.
He leído esta vez el libro de Burckhardt -con el que comencé esta entrada- con la convicción de estar leyendo una novela, una narración intensa y extensa situada en la época de marras y por la que se sucede personajes de todas las esferas sociales. De repente, aparece el florentino Niccolò Niccoli y de él se advierte lo que sigue: “se reunía alrededor del anciano Cosimo Mèdici, agotó su fortuna comprando libros; y, finalmente, cuando no le quedaba nada, los Medici le abrieron sus propias arcas para que de ellas tomara la cantidad necesaria para sus fines. […]Prestaba sus libros con generosa libertad, permitiendo que la gente leyera lo que quisiera en su propia casa y conversando luego sobre lo leído”. En las páginas siguientes diserta Burckhardt sobre las bibliotecas de los Médicis y de Urbino, de bibliófilos como Guarino y Poggio y entonces el relato comienza a emocionarme como si estuviera en la cima de La Montaña Mágica visionando el mundo bajo mis pies, desde la cúspide de la locura. Y los recuerdos de Florencia se agolpan a ritmo de endecasílabos, la piedra inquieta de Florencia, la plaza de Michelangello dotándonos a los esectadores de sublime espectáculo de la caída del sol. ¡cayó el sol de la cultura en Europa?

***
Ayer, en la librería de Sanlúcar en la que compro libros –tengo una librería en cada ciudad a la que llego- me comenta el librero (antiguo compañero del Colegio):
- Acabo de recibir un libro de poesía, una antología.
A continuación, me la deja entre las manos como si fuera un niño pequeño y entonces se queda callado esperando mi sentencia.
- Me siento un juez, pero no puedo decirte nada en firme de este poeta, sólo que he leído a Pessoa en muchas de sus traducciones.
- ¿Entonces es buen poeta, lo puedo recomendar? – insiste.
- Espera que lea un poema del libro.
- …
Y comencé a recitarle un poema en voz alta. Los que allí estaban esperando con el periódico debajo del brazo se quedaron mirándonos aturdidos, sin entender qué escena era aquella en la que un señor llega a una librería, el librero le deja un libro y los dos comienzan a leerlo en voz alta. Un señor, entrado en años, que fumaba con parsimonia, asiente con la cabeza y nos mira con fijeza.
-Yo lo conocí –nos avisa el viejo.
Cuando Miguel y yo quisimos darnos cuenta era José Manuel Caballero Bonald, un amigo desde hace años de los dueños de la librería. Caballero Bonald me arranca el libro de las manos, busca entre los poemas de la antología como un beduino los misterios del desierto y comienza a recitar, con esa cadencia del poeta octogenario:

“Tal vez escribo
para que la belleza quiera un día
responder.
A una de las muchas
preguntas. Bien podría
a la que nunca le hice. Responder
de sí misma:
y ello sería justo.

Pero temo que acaso
se inviertan los papeles. ¿Qué diré,
entonces de mí mismo? ¿Cómo
justificar esta pasión,
tener que decir la verdad:
que lo que yo quería
era obligarla a ser mi paraíso?

*Antología poética (1949-1995), de Ángel Crespo, editada por José Francisco Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, 2009.

5 comentarios:

  1. Qué anécdota tan fantástica, Tomás; imagino el estremecimiento al comprobar que espectador era nada más y nada menos que Caballero Bonald.
    Buen gusto de éste al escoger el poema que nos transcribes.
    Gracias por compartir este momento.

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  2. ¡Qué escena más memorable! ¡Qué poema más soberbio!
    "...tengo una librería en cada ciudad a la que llego". Tenemos una pendiente que visitar...

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  3. Gracias miles a los dos por vuestros comentarios.Agur.

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  4. Tomás, puedes añadir a los libros que citas el inagotable "La filosofía en la Edad Media", de Gilson, básico para entender el pensamiento medieval.

    ¡Qué anécdota más buena!

    Un saludo

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  5. El de Gilson es una joya, sí señor. Gracias, Rafael.

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