viernes, 6 de marzo de 2009

La baraja mojada en La mer.

La nociones con las que nos manejamos son tan toscas como un peñasco encima de una nuez. Esa fuerza que ejercita la gravedad sobre las rocas y las piedras, es la misma que la neblina que se cierne sobre nuestro entendimiento. ¡Qué necios fuimos desde el comienzo! Dovstoievsky dijo en una ocasión, “entre Cristo y la verdad, yo elegiría a Cristo”. En puridad, estaba eligiendo a los hombres por encima de la verdad, a cualquier hombre. Seríamos fanáticos si quisiéramos elevar a verdad las virtudes de la literatura.
Recuerdo otras afirmaciones de Fiodor cuando se refería a los hombres. "Vivir entre los hombres y no desfallecer, ése es el sentido de la vida”.
Mientras, suena La mer, de Claude Debussy. Llevaba años sin escuchar a Debussy con detenimiento. Y ahora me he encontrado, de la mano de un hombre, gracias Claude, con los efectos de la consumación de la verdad y de su muerte.

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Paul Valéry predica de la siguiente manera su noción del Tiempo: “Lo que llamamos Tiempo es una noción tan tosca y confusa como lo era la de fuerza antes de la dinámica”. Cuándo llegará la dinámica a la verdad es tarea imposible. Sólo a medio camino, en el desvelamiento de las intuiciones, se encuentra lo indecible. A todo esto debemos sumar, por lo tanto, que nos encontramos en ese estado en que confundimos la sensibilidad, la emoción y los deseos como un trinitaria conjunción de ungüentos para el alma. Mientras, suena La Mer, de Debussy, y ya el horizonte es acuático y pleno, oh mar, parece que luchas entre mis manos.

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Oh, qué intensa y gozosa emoción debió embargar a Robert Walser en sus paseos o escribiendo: “oh, qué intensa y hermosa emoción debió de embargar a Mozart mientras improvisaba al piano durante su visita a la corte de París".
Escribo estas líneas, las repito con variaciones y caigo en la cuenta de que mi caligrafía se hace cada vez más pequeña; que la palabra escribiendo casi es ilegible, un punto esa o, la aspiración a ser un micrograma.
Mencionaré un jardín y un juego de cartas. Un jardín en que los bancos están dispuestos de forma simétrica, dibujando en la arena que los sostiene pequeños círculos que parecen invitar a una conversación milenaria. Encima de la mesa, una baraja de cartas. Y se viene a mi mollera un verso de Cernuda, en que se identifica con una carta que ha perdido su baraja. Y en esas estoy yo, en ese sitio que no sé dónde se encuentra. Sólo atisbo un jardín concéntrico, repleto de sillas y de flores, jardines bien moldeados. Y una baraja de cartas que me incita a comenzar la partida. Quizás la partida comenzó y la perdí hace tiempo. Será mejor que baraje de nuevo y escoja otro palo. O simplemente nunca levante la que se acaba de caer de la baraja al suelo. La dejaré bocabajo, como un enigma, como un paseo que no conduce a ningún sitio.
Mientras, La Mer, de Debussy, ya ha trazado el infinito, ya cesa la lucha entre mis manos.

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