martes, 24 de marzo de 2009

Sed de espacio.

El regocijo es mayor en sus obras dispersas (la Biblioteca Castro está editando su Obra Completa), en sus anotaciones, en su Diario, en esa vertiente ensayística en la que parece despojarse de los amarres narrativos y sentirse más cómodo y versátil. Unamuno fue un pensador que indagó constantemente en temas muy diversos. Hoy, por ejemplo, intentando comprobar esta tesis, chata y pleonástica, he vuelto sobre un libro que compré en la librería de viejo, Trueque, situada en el Barrio de Santa Cruz, en Sevilla. De esa librería y de otras, hablaré en otro momento.
En Algunas consideraciones sobre la Literatura Hispanoamericana, Colección Austral, Espasa-Calpe, 1968, deja don Miguel buena cuenta de sus intereses como lector y de su posición como pensador de una España que bostezaba moribunda.. El libro está dividido en seis apartados que comienzan reflexionando sobre el patriotismo, la vida, la consecuencia, la sinceridad, pasa por la Literatura Hispanoamericana, la europeización y termina, nunca mejor dicho, en la tumba con Joaquín Costa.
En el apartado dedicado a la literatura ejecuta una reseña de un libro, "Carácter de la literatura del Perú independiente", de un autor peruano, joven por aquel entonces, llamado José de la Riva Agüero. No me atrevo a sentenciar nada sobre este autor y esta reseña, ya que Fernando Iwasaki conoce a la perfección los entresijos de estos peruanos (De la Riva Agüero, Ventura García Calderón, etc.). Le pediré que nos aclare, en alguna ocasión, esas truhanerías peruanas de principio de siglo, sobre esos parnasos apócrifos y florestas de poetas olvidados e inventados.
Sin embargo, en esos breviarios que versan sobre la vida y la consecuencia, la sinceridad y el patriotismo es donde se guardan las mejores líneas de este volumen. Están escritas con ese apego bíblico y agónico del salmantino: “Hay por debajo del mundo visible y ruidoso en que nos agitamos, por debajo del mundo de que se habla, otro mundo visible y silencioso en que reposamos, otro mundo de que no se habla”.
Sobre el secreto de la vida, Unamuno quiere aterrizar en esas tierras pantanosas y complejas en que luchan la materialidad y el espíritu. Deja Unamuno a un lado, es cierto, sus otrora pretensión agónica y nihilista; este texto está escrito en 1906, bien es verdad. Pero, ¿qué entiende Unamuno como “el secreto de la vida”? “El secreto de la vida humana, el general, el secreto raíz de que todos los demás brotan, es el ansia de más vida, es el furioso e insaciable anhelo de ser todo lo demás sin dejar de ser nosotros mismos, de adueñarnos del universo entero sin que el universo se adueñe de nosotros y nos absorba; es el deseo de ser otro sin dejar de ser yo, y seguir siendo yo siendo a la vez otro; es en una palabra el apetito de divinidad, el hambre de Dios”.
¿Pudo haber firmado estas líneas Andrés Hurtado? Entre otras perlas, éstas brillan por su íntimo apego a la producción literaria que sostuvo Miguel de Unamuno: un sueño en otro, la vida como un desfiladero de los que vienen a habitarnos. Después de leer este pasaje, agarré con bravura Niebla y leí en voz alta el capítulo XXXI, dejándome devorar por las ansias de ser otro, el escritor que crea, por las ganas de habitar en otro, el personaje enrabietado por su vida, que reclama a su demiurgo los días contados. “Sed de espacio y hambre de cielo…”, decía Rubén Darío; hambre de un misterio reservado a la vertical manera de vivir; sed de los albores del conocimiento, de ese desierto inhabitado y rotundo, como un grito en la nada, que contiene nuestra sombra, nuestro polvo, nuestra cadena al sueño de la vida.

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