sábado, 14 de agosto de 2010

I will be there.

He vuelto a visitar las librerías de Bloomsbury. He comprado un par de libros del Doctor Johnson publicados en Oxford en 1937; sólo estaban los dos primeros volúmenes. Comencé a leerlos en el primer Pub que encontré, acompañado de una tónica y de un diccionario. La prosa es de un poderío asombroso a pesar de que soy incapaz de apreciarla en su plenitud. Percibo una inteligencia fuera de lo común que se traslada a la sintaxis, al orden del discurso, que es el del mundo.
Al cabo de un rato, y después de una llovizna, las calles recogen en un haz la luz que las envuelve. Es una luz tímida, decadente, apenas amenazante, pero lo suficientemente adecuada para comprender que la inteligencia eclipsa y reconstituye los días que se van.

Los volúmenes, encuadernados en piel azul, no son demasiado gruesos. Sin embargo, al leer el ex libris de su anterior propietario, me percato de que perteneció a una familia de renombre, los Roylott de Stoke Moran. Hubo un señor en esta familia que fue dejando unas marcas de lectura, estigmas acumulativos, que se desgranaban como palimpsesto intencionado de un mismo autor. Sus anotaciones dicen que leyó el libro en varias ocasiones, que lo hizo caninamente, como si quisiera igualar la voraz manía de Samuel Johnson. Están escritas a lápiz, como una veladura que tiñe los márgenes del libro. Son anotaciones borrosas, decrépitas, crípticas. Casi no puedo leer lo que está escrito, pero veo con claridad, con la claridad de una luz que galopa sinuosa entre las calles de Londres a un lector antiguo que quizás converge en mí mismo y que soy yo ahora.






***




Nos dirijinos al Royal Albert Hall, ya que desde ese lugar he escuchado un gran número de conciertos. Para los que escuchamos la radio desde hace años, es un lugar ligado a un gran número de conciertos inolvidables. Después de un paseo por los parques, decidimos acercarnos al edificio.
Mientras nos acercamos, la ciudad vuelve a provocarme un estupor extraño, desasido, que me deja perplejo. Es temprano y la mañana nos ofrece la posibilidad de caminar solos, junto a los pájaros, junto a los árboles que esperan la llegada de la luz. Así de quietos, como esas aves que descansan emplumadas en el lago, comenzamos a caminar. Justo encima de la sala de conciertos, el cielo hace piruetas que anuncian una órfica estación. Y no puedo detenr mis pasos como no se pueden detener los sueños.

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