lunes, 16 de agosto de 2010

Qué si no el todo o la llaga. Qué si no la vida tomada como un pulso del aire, transparente y renovado, tomada como una virtuosa galería de bellezas muertas. Qué importa que no podamos verlo todo, decir todas las palabras, conocer todos los lugares, hablar todas las lenguas; qué si no conocemos todas nuestras facultades en la vida, todos nuestras aptitudes . Qué importa si tenemos conciencia de ello, es decir, de nuestra finitud.




***

Parado en una esquina de la ciudad, detengo mis pasos por unos minutos. Respiro lentamente y dirijo mi mirada hacia arriba, donde unos pájaros se copian fugitivos. Miro hacia arriba agarrando a M. de la mano y quizás respirando su mismo aire en una plena transfusión de vida.
Cuando vuelvo a la horizontalidad de las calles y de la gente que está saliendo del trabajo, es cuando se me antoja volverme invisible para observarlo todo. Como el detective de Paul Auster en Ciudad de cristal o como el de Conan Doyle o acaso como el de Poe, la vida se ampara en la observación, se nutre de ella. La inteligencia surge de los tentáculos de un espíritu observador, a pesar de que la música, la ciencia suprema, nos observe a nosotros. Con estas disquisicones en la cabeza, recuerdo algunos pasajes en que estos detectives han penetrado en la vida de una persona más allá de los personajes de marras, más allá de ellos mismos. Habían penetrado incluso en lo que ellos, los afectados, los socorridos, nunca habían podido acceder. Como demiurgos, como astrolabios proféticos y gracias a la observación, consiguieron hacerse con la vida de otro individuo.
A menudo, cuando llevo demasiado tiempo volcando la mirada (y con ello el tiempo, los días, la vida, las letras) sobre los otros, sobre otras lenguas, sobre otras costumbres en otras ciudades, siento una plenitud exacta y medida, tal y como pudiera ser yo mismo. Dejando de ser llegarás a ti.

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