martes, 31 de agosto de 2010

Llevo varios días haciendo la prueba. La llevo siempre conmigo y a cada momento escribo lo primero que se me ocurre o lo que me suscita la lectura de un poema o un buen párrafo de Stefan Zweig. Sin revisarlas ni corregirlas, las releo a la llegada de la noche. En sus contradicciones me reflejo, incierta presencia de no se sabe qué tiempo ni qué lugar. Tampoco para qué. Surgen en la llana soledad de un individuo que parece adocenarlas sin más pretensiones que darles vida. Una vida quieta e insonora, tremendamente araigada.

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Vivir en secreto, sin adornos, sin cubiertas que lo engalanen, sin fastuosas vanaglorias, como quería Ovidio que llegara su libro a Roma cuando lo escribía camino del lugar al que había sido desterrado.

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O como Cernuda, naipe desprendido de una baraja.

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