Puedo decir, a pesar de mí mismo, que no es el mío, este tiempo. Con el verso de Gil de Biedma, con esa seriedad recoleta, surtida de cotidiana veracidad, escribo hoy a pesar de mí mismo. Uno debe hacer la vida a escondidas, debe ser una vertiente secreta y silenciosa de aquel que nos acompaña y nutre de cotidianas sublevaciones o míseros trabajos o innecesarias reuniones. A veces, pienso que, si no tuviera que atender al cabo del día tantas y tantas cuestiones efímeras e insignificantes, podría verter todo el tiempo en leer y escribir. Entonces no sé si alcanzaría la felicidad, pero estaría dejando mi vida a un lado. Ese es el comienzo del arte.
Para un escritor, el sufrimiento es la propia vida, porque concentra la lucha y la disputa con el tiempo recobrado. Se dice que, en cada página, va un pedazo de la vida del escritor, al menos, una sustancia del tiempo invertido en perfilarla. Yo creo, más bien, que lo que se concentra es un olvido.
Desde no hace mucho, me trato como si no quisiera vivir en mí mismo, antes al contrario, toda mi vida es una práctica de aquel vivir sin estar viviendo de la época áurea. En Sanlúcar, he soñado demasiadas veces con el manuscrito de san Juan de la Cruz. Y he visto en esos sueños la proclive necesidad de concertar una huida. Un pacto entre uno mismo. Adiós, esto fue todo, diría a mi rostro quedo y mudo.
San Juan provoca en su poesía una huida continua de sí mismo, un cántico a la fuga, un necesidad de montes claros, de silbos, de valles sonorosos, es decir, de una consagración con la primavera. Y así me proyecto mañana, así me recojo ayer. Como un arpegio desubicado que busca la desconcertante nota de su armonía. Porque, a decir verdad, la vida efectiva, la que se desdibuja en compromisos sociales, es un rotundo lastre para el arte, por lo tanto para la verdadera vida, quiero decir, para el arte.
Para un escritor, el sufrimiento es la propia vida, porque concentra la lucha y la disputa con el tiempo recobrado. Se dice que, en cada página, va un pedazo de la vida del escritor, al menos, una sustancia del tiempo invertido en perfilarla. Yo creo, más bien, que lo que se concentra es un olvido.
Desde no hace mucho, me trato como si no quisiera vivir en mí mismo, antes al contrario, toda mi vida es una práctica de aquel vivir sin estar viviendo de la época áurea. En Sanlúcar, he soñado demasiadas veces con el manuscrito de san Juan de la Cruz. Y he visto en esos sueños la proclive necesidad de concertar una huida. Un pacto entre uno mismo. Adiós, esto fue todo, diría a mi rostro quedo y mudo.
San Juan provoca en su poesía una huida continua de sí mismo, un cántico a la fuga, un necesidad de montes claros, de silbos, de valles sonorosos, es decir, de una consagración con la primavera. Y así me proyecto mañana, así me recojo ayer. Como un arpegio desubicado que busca la desconcertante nota de su armonía. Porque, a decir verdad, la vida efectiva, la que se desdibuja en compromisos sociales, es un rotundo lastre para el arte, por lo tanto para la verdadera vida, quiero decir, para el arte.
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Movido por estas aspiraciones a la desunión, me apetece recorrer algunas tumbas. Un diálogo con un muerto es una doble conversación. Por un lado, le hablamos a nadie, a un fue. Por otro, tenemos por delante su obra, corriente infinita.
De la mano de Nooteboom, me acerco a la lápida de Valéry. En ella, el blanco resplandece sobresaliente por entre las tumbas de sus familiares y de su esposa. No puedo dejar de preguntar por el trabajo hercúleo de sus Cahiers, esa magna obra de lectura imposible. A falta de estos Cuadernos en su tumba, me pregunto cuántas vidas harían falta para leerlas en profundidad, para al menos, saber recordar la obra de un escritor de este calibre. Nooteboom me mira cabizbajo, con los ojos puestos en la lápida sita en el Cimetière Marin. Vámonos, me dijo. Debo empezar a escribir. Para colmo, me deja en el aire: "Escribir es otorgar resplandor a nuestra lápida".
De la mano de Nooteboom, me acerco a la lápida de Valéry. En ella, el blanco resplandece sobresaliente por entre las tumbas de sus familiares y de su esposa. No puedo dejar de preguntar por el trabajo hercúleo de sus Cahiers, esa magna obra de lectura imposible. A falta de estos Cuadernos en su tumba, me pregunto cuántas vidas harían falta para leerlas en profundidad, para al menos, saber recordar la obra de un escritor de este calibre. Nooteboom me mira cabizbajo, con los ojos puestos en la lápida sita en el Cimetière Marin. Vámonos, me dijo. Debo empezar a escribir. Para colmo, me deja en el aire: "Escribir es otorgar resplandor a nuestra lápida".
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No es este tiempo para mí, más bien para el otro que me habita y escribe, para el otro que lee y que reflexiona, en cada minuto, por los artificios de la sintaxis, por la prolija creatividad de la mente humana. A pesar de la ficción, el hombre es un ser inexplorado, un ser que necesita desersirse para comprobar hasta dónde las artes. La convicción de que el arte es un método de dilatación de la vida, la convicción de que escribir no alarga mis días, sino que los proyecta a otro momento que jamás percibiré, se aposenta, como un reinado inamovible, en cada sílaba, en cada silabeo. A pesar de mí mismo.
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Con todo, leo a Cioran. Es la cima de la desolación y la negación del ser. Pero ese allanamiento totalizador del ser me emociona y brinco como un loco con sus sentencias y río como un loco con sus quimeras librescas y me tiro al suelo, como un loco, para mirar al mundo desde abajo y arranco las páginas del libro y las repito en voz alta para que las escuchen los vecinos, el mundo, como un loco. Cioran hablando de la música mientras suena un concierto de Vivaldi para dos violines -músico de estaciones- y me pienso uno de esos violines violando el espacio y me pienso como uno de esos arpegios que tensionan la vida y la desalman. Así desalmado concluyo con la música, y vivo sin vivir en mí, sin estar viviendo.
Hay algo en esta entrada que veo desde dentro, como si me habitaran algunas más que frases...
ResponderEliminar¡Cuídate de Cioran y su cianuro!
Me alegra presentirte por aquí, Jaime y que te sirvas un vaso de este cianuro. Salud, siempre, compañero.
ResponderEliminarMe siento totalmente identificado con su texto y creo que sólo mi educación temprana me lleva a continuar con un modo de hacer y ser en los que ha tiempo dejé de creer. Un saludo,
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