La realidad es reminiscencia y transformación. De ella debieran aprender los escritores su intermitente consenso con la razón. De ella, de sus desvíos e intrincados recorridos, los escritores debieran extraer esa sustancia indisoluble y manifiesta, la palabra. Hay que robarle las palabras a la realidad, aunque para esa tarea, el escritor tenga que pensarlas y hacinarlas con la transmutación del estilo.
Otorgar a la sintaxis existente un brío nuevo, un ritmo incandescente, pero silencioso; una disposición analfabeta y desbordante, digo, en ese camino, me sitúo como si anduviera por una ciudad en ruinas, una Pompeya tácita, en que verter las secuelas de la vida equivale a pasear por sus piedras lancinantes. El tiempo es un Vesubio iracundo que atemoriza con su magma.
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La realidad es reminiscencia y transformación. Cuando W.G. Sebald procura una disección de sus recuerdos proyectados en un cuadro de Rembrandt, ocurre la reminiscencia. Justo cuando incorpora su ficción, esto es, las palabras que forman su texto, Los anillos de Saturno, sucede la transformación. Ambos actos, el de Rembrandt y el de Sebald, se acoplan en una misma dirección. Como un anillo, las dos propuestas parten de un recuerdo, de una reminiscencia cada cual independiente.
Con esta propuesta Sebald integra en la literatura las cualidades pictóricas a través de la palabra. Todo ello, además, lanzando, inexorable, el látigo de la ficción: Thomas Browne fue uno de los espectadores de esa disección.
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La primera frase de una novela es reminiscencia y transformación. En ese momento de la lectura, comenzamos a adentrarnos en los mecanismos de la ficción. El uso de los mismos depende del escritor, nunca son idénticos. Con la lectura, nos alejamos, al tiempo, de la realidad circundante a favor de una realidad basada en el sonio hueco de las palabras en la mente. García Márquez sabe de la importancia del arranque de las narraciones y por ello considera, en El olor de la guayaba, que en el inicio de una novela puede uno calibrara la longitud, el tono, el estilo y hasta la estructura de un libro.
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Así entendida, una quimera es una reminiscencia transformada. Dice Cioran: “No basemos nuestra vida en certezas. Que la vida sea un impulso irracional”. Una certeza es una disposición racional de lo que no ha venido. Tengo la certeza, estoy en lo cierto son expresiones que denotan la falta de perspectiva y suspicacia. Tajantes agarraderas de la realidad, las páginas de un libro sopesan los momentos de la lectura como frutos maduros e irrepetibles. Nunca dejamos de leer como nunca la tierra dejará de brotar. Leer es un acto mineral.
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Las certezas son utópicas sentencias del amanecer
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