sábado, 31 de octubre de 2009

Un viaje a la ficción.

El libro de Vargas Llosa es un dechado de lucidez por cualquiera de sus páginas. El libro otorga, en ocasiones, concesiones a reflexiones sobre la narrativa hispanoamericana del siglo XX y, de forma menos constante, a la literatura en general, al proceso de creación de una obra literaria. Con este método, Vargas Llosa ha conseguido redactar un libro que analiza la obra de Onetti desde una perspectiva amplia, más allá de ópticas críticas enredadas en una terminología indescifrable o una escuerla categórica. La lectura de El viaje a la ficción es una tremenda aventura a través de los ojos de un lector privilegiado que escribe sobre un contemporáneo con la misma facilidad y entereza que cuando lo hace sobre Victor Hugo o Flaubert.
En uno de esos pasajes en los que desnuda su propia concepción de la literatura, el autor peruano dice: “Los grandes creadores lo son porque metabolizan aquellas influencias de una manera creativa, incorporándolas a su propia voz, aprovechándolas de tal modo que su presencia llega a ser invisible o poco menos que parte constitutiva e inseparable de ella”. Estas palabras las escribe cuando analiza la influencia de Faulkner en la obra de Onetti. Es indudable que la lectura de Absalón, Absalón, sobre todo, marcó la manera de escribir del uruguayo. Pero Vargas Llosa logra esclarecer esa influencia, tan mal interpretada en otros volúmenes, desde la perspectiva del creador.
Cuando leía el libro, me acordaba, a cada párrafo, de las palabras de George Steiner en que considera la creación literaria la mejor crítica literaria. En este caso, podríamos añadir a esa propuesta de Steiner las obras críticas escritas por creadores. Sin duda, Vargas Llosa estaría situado en un lugar destacado, ya que su faceta de crítico literario o de lector que escribe sus lecturas, como dije hace poco, se realiza como ensayista y como novelista. Termino festejando que, si el encuentro entre Faulkner y los narradores del Boom hispanoamericano ha dado los mejores frutos de la narrativa escrita en español en el siglo XX, el encuentro entre Onetti y Vargas Llosa ha hecho posible que el ensayo literario siga manifestando la salud que se merece en manos de un maestro.


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Hacía tiempo que no paseaba junto a Nooteboom por algunas de las tumbas que escribió hace unos años. Por ese motivo, leo de nuevo el índice de tumbas de escritores en Tumbas de poetas y pensadores. Elijo a Italo Calvino por dos motivos. El primero es que M. está leyendo en italiano Il visconte dimezzato. Como introducción a ese libro, aparece una síntesis de la vida de Calvino estructurada por años. Agarro el libro y leo las anotaciones a lápiz de una lectora iniciática en esa lengua. Me sorprenden algunas palabras, por su sonoridad o por la relación formal con el léxico español. El segundo motivo es que me encuentro en el Castiglione della Pescaia, en Toscana, en Italia, junto a la tumba de Calvino. Su tumba está resguardada del mundo por un árbol que ha crecido desmesuradamente. Mientras tanto, después de nuestro viaje en tren, un señor mayor utiliza un rastrillo para limpiar, supongo, la tumba de sus familiares. Nos mira, comienza a sonreír. El anciano nos dice en italiano algo así: “Seguramente vosotros sois personajes imaginados por Calvino”.

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La memoria es la identidad del hombre. Gracias a sus tentáculos, extendemos nuestra existencia más allá del discurrir insonoro y vacuo de los días. La memoria es la materia inasible que nos convierte en lo que fuimos. Igualmente, despreciarla es elevar la inconsciencia y la vanidad allí donde sólo debemos poner mesura y entendimiento. Como dice Valèry: “Memoria, a la vez condición y materia del trabajo mental”.
La condición y la materia del trabajo mental es la persecución del sueño que aún nos sobrecoge. La sensación inequívoca de nuestra mortalidad. La condición de estar en vigilia es el trabajo mental de nuestra materia.

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