martes, 5 de enero de 2010

Ambidiestro.

He decidido (esta semana viene cargada de decisiones: diario, novela, obra en marcha; lecturas, nuevas perspectivas ante la vida, estrofas tradicionales) que sólo voy a dejar aquí, en este trópico, la punta del iceberg. Seguiré los consejos de Hemingway y todos los días dejaré al lector (al lector descalzo, ese yo que dice leerme y que es el colmo) con las expectativas crecientes: ¿y qué más?
No me conformaré ni restringiré el trabajo a las quinientas palabras con que Hemingway batía a los leones que quedaban muertos en las barras de los bares franceses. Será una obra de misterio, basada no en lo que se encuentra en ella, sino en lo que se dejó de escribir. Será una sugerencia que detone en el lector sus propias manías y recuerdos. Como unas galeras, serán estos días, como una galeras que dosifican el remo, duro y nauseabundo, de los días.

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He vuelto a leer los textos que dejé ayer sueltos en el diario. Me reconforta no reconocerme en ninguna de sus palabras, en ninguno de sus argumentos. Es materia delicuescente el pasado y escribir es airear los renuncios. Escribir es liberar del olvido la realidad que azuza. Escribir es el cedazo de la memoria, ¿o es al contrario?
Llevo un tiempo de indecisas acometidas en la vida. Ahora sí, pasado un tiempo, no. A pesar de estar leyendo un libro que afronta limpiamente los contratiempos (hasta ahora no he mencionado, El Quijote, ni tengo pensado hacerlo en público, retrasaré su mención hasta que haya terminado la primera parte, al menos…), no dejo de asentarme en las relativas certezas que se oponen a la mortalidad. Como J.R.J vino a decirnos, excava, golpea y busca uno en la mina oscura el relámpago aminorado de una piedra preciosa, acaso de una luz invasora de la oscuridad. Esa luz, la poesía, es una antorcha inflamada por los contornos de la palabra. A su alrededor, como una tribu, danzan los significados. Y se hace el milagro de la poesía, y se hace el milagro del nombrar nuevo, que es el todo para esta nada.

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He vuelto sobre la carta que Francisco Rico le escribió a Javier Marías para intentar aclarar algunas de las palabras que el bueno de Marías le atribuye en Negra espalda del tiempo. El encuentro entre el crítico y el creador. El encuentro entre la creación literaria y el análisis de la obra literaria.
Este debate antiguo entre ambas perspectivas, me parece equívoco. No son dos perspectivas, sino una. La única perspectiva posible para analizar una obra literaria con garantías de alcanzar la altura de la creación, y lo digo con George Steiner, es la creación misma. No hay mejor crítica literaria, mejor análisis que la que se produce en el seno de las obras literarias. Ante ella, nada se iguala, ni las más ilustres de las aportaciones de los críticos, ni las más brillantes páginas eruditas.
La creación no es una forma de afrontar el estudio de la literatura, es la literatura. Y el análisis, la crítica, a lo máximo que puede aspirar es a alcanzar, al menos, los ecos de la obra en cuestión; ser digna sombra, digna hierba floreciente del jardín abierto que la abarca.

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