lunes, 25 de enero de 2010

Si todas estas notas no fueran más que la evidencia de una grafomanía acuciante, entonces dejarías de escribir en estos momentos. No consisten estos ejercicios definitivos en una patología escrituraria, sino más bien en, nada más y nada menos, una cuestión de conocimiento. Escribir es comprender y comprender, un ejercicio de conocimiento.
Así lo entendió Paul Valéry al iniciar sus Chaiers y así lo fue demostrando a cada paso del mismo. Lo aprendió de la disciplina y el afán de Leonardo da Vinci con la vida y el mundo.
Cuando el escritor Óscar Wilde decía: “Esto no es un ensayo, es la vida”, encerraba en sus palabras un alegato al conocimiento. Eso, crees, es lo que falta en la literatura de los últimos años. Creaciones tan rotundas como la fisura de una nueva forma de contemplar el mundo.
Cada día, sin la preocupación de terminar la obra, escribes. Tienes que darle comienzo al discurso en que eres y tu escritura es esa sucesión. No sé lo que te restará de todas estas notas, si la figura de un hombre, el reflejo de un narrador atiborrado de sí mismo o dos o tres frases felices. De cualquier forma, será tu póstuma vindicación de un sueño, la rebeldía por el conocimiento a pesar de saberte finitos.

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Hay algo paradójico en esa conciencia griega de la mortalidad. Es ella, la plena conciencia de ese estado, lo que lleva a los hombres a adoptar las posturas más templadas ante la vida. Pero también es el argumento con que nos vemos incapaces para todo.
Hay que aceptar y comprender que jamás veremos la vida completa de un hijo, jamás seremos testigos de la vida de todos nuestros amigos, nuestros objetos, jamás llegaremos a atestiguar cómo y dónde son leídos los poemas o las páginas que escribimos. Serán más allá de nosotros, serán en el futuro en que nunca habitemos, en que seremos olvido. Sin embargo, el impulso, mientras estemos vivos y conscientes, es amarlos como si se nos fuera la vida en ellos. Tal que así con la escritura o con cualquier disciplina artística.

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Pronunció: la mortalidad es el estado natural de la vigilia. Y con él callaron los silencios.

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Tengo por seguro que los títulos de estas notas han ido desapareciendo por la fuerza de la abstracción. Con una palabra basta; sin palabras es imposible pensar el mundo, sin el silencio, escribirlas.

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