Escribir para pasarlo bien no me parece un argumento que solucione ni diagnostique esta manía con ninguna certeza ni exactitud. Porque las palabras nos sustancian con demasiada determinación y nos tercia y nos alumbra la realidad. Por eso no estoy con esos escritores que dicen escribir para pasarlo bien, como el que juega un partido de fútbol o prefiere un paseo en bicicleta. En absoluto.
Por otro lado, soy incapaz de dar en claro un argumento para rebatirlo. Por eso creo que esto de la escritura es cuestión de fe, de fidelidad. ¿A qué? Precisamente al qué, precisamente a la misma curiosidad que poseen los científicos que hurgan una y otra vez en la materia para intentar comprenderla y comprender qué es el mundo. Como ellos somos todavía incapaces de llegar a un juicio completo y total, como ellos nos movemos por la curiosidad, por la empatía con el mundo. Como ellos nos deslumbramos por la luz, el agua, la tierra...la materia. Y en ella estamos y somos. ¿Deja de ser bella la música si encontramos su principio?
Por otro lado, soy incapaz de dar en claro un argumento para rebatirlo. Por eso creo que esto de la escritura es cuestión de fe, de fidelidad. ¿A qué? Precisamente al qué, precisamente a la misma curiosidad que poseen los científicos que hurgan una y otra vez en la materia para intentar comprenderla y comprender qué es el mundo. Como ellos somos todavía incapaces de llegar a un juicio completo y total, como ellos nos movemos por la curiosidad, por la empatía con el mundo. Como ellos nos deslumbramos por la luz, el agua, la tierra...la materia. Y en ella estamos y somos. ¿Deja de ser bella la música si encontramos su principio?
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Me refiero a esta intransigencia con los días. No puedo remediar que, llegada la tarde, tenga que escribir en este diario. Las palabras son la sangre que brota, aunque sea sangre putrefacta e inservible. No puedo remediar trasladar la experiencia lectora a estas páginas escondidas. Las prefiero porque son únicas en la mayoría de los casos, a diferencia de lo cotidiano. ¿Cuántas veces leeremos En busca del tiempo perdido, de Proust, en nuestra vida? ¿No merece ser contada esa experiencia única de un individuo frente a un texto?
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Es evidente que ellas forman parte de mi vida y que deben formar parte de mi memoria y de las palabras que hollaran mi sepulcro. Por ejemplo, llevo dos días leyendo un maravilloso libro de Julian Barnes titulado Nada que temer. En él se aborda, entre otros asuntos, la muerte, Dios, la tentativa del escritor. Sin embargo, entre tanto talento, este libro ofrece un homenaje a un escritor querido, Jules Renard, de quien también escribí su lectura. Somos ahora, Barnes, Renard y el susodicho una pequeña comunidad unida por este diario. Y a ella invito a Vila-Matas quien ha dejado entre líneas la misma inquietud que Barnes. Estos libros últimos, Dublinesca y Nada que temer tienen demasiados parecidos. Será mejor que comience a tomarme en serio el reino del azar en que vivimos. Quizás allí resida el principio que ansiamos.
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No leo a los poetas de ahora, como no leo a los poetas de hace años o siglos que no me interesan o que provocaron mi rechazo en cuanto comencé a leerlos. En poesía, las lecturas quedan cada vez más reducidas. Hay en ellas una liturgia circular que va sacudiendo la impostura y la ingravidez. Esa impostura, que no deja de ser afección personal, me hace terriblemente misántropo con los poetas. No me gustan los comprometidos socialmente, los husmeadores de imágenes vacuas, los sencillos sin esencia, los políticos, los religiosos acérrimos o los narradores versificadores, entre otros. Creo que el cauce de la poesía se ha ensuciado demasiado y que la ceguera de los que escriben poesía cuando quieren escribir otra cosa, los delata demasiado rápido y con demasiada transparencia. El compromiso anda en otro lado en la poesía.
Respetado (y apreciado) Tomás:
ResponderEliminarLlevo meses siguiendo su blog en silencio. En un activo silencio, he de aclarar. Llevo meses esperando una buena ocasión para intervenir en su diario, para dejar algún tipo de comentario sobre su cotidiano oficio de escritura. Preferiría mojarlo en un café y hasta en un vino tinto, pero las distancias que nos traspasan me lo impiden (soy colombiano y vivo en Bogotá). Ha sido fascinante asistir a su encuentro con las palabras, a lo que consigue hilar con ellas y lo que llega a deconstruir y restituir con sus reflexiones. Lo he seguido en silencio pero escuchándolo atentamente, como imagino se seguían a los maestros griegos que iban por los jardines hablando de tantas cosas y los estudiantes, a su lado o detrás, aprendiendo.
Quizá en otra ocasión le escriba un poco acerca de la sincronía que hay entre sus temas y los míos, entre sus búsquedas y las mías. Por ahora, aprovechando esta ventana que vuelve a abrir de la poesía con esa llave del compromiso no puedo más que recomendarle (aunque creo que ya habrá leído lo que le recomendaré) un texto, un ensayo de Jean Paul Sartre llamado ¿Qué es escribir? en el que encontré una acotación o pie de página sobre la génesis de la poesía en el fracaso de la comunicación. No pude más que recordarlo a usted cuando leí eso, no pude más que pensar que sería delicioso poder discutir con usted, con su compañera Carmen y con todos esos amigos que lo visitan dejándole notas entre las hojas de Dublinescas.
Ya lo leyó? Quiere que le envíe mi copia en pdf?
Un cordial saludo desde lejos...
Gracias por tus palabras, Eremita, sin duda son reconfortantes para este trasiego en solitario. Salud siempre.
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