Quizás la metamorfosis más horrenda sea la de convertirse en ser humano.
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No sé si la misantropía posee síntomas evidentes, pero yo me siento instalado, cada vez más, en el surco de los hombres que reniegan de ser hombres. He pensado duro sobre el asunto y hay en él varias paradojas que no dejan que la misantropía se desarrolle galopante sobre mi vida.
La primera paradoja es la enunciada: el misántropo reniega del hombre. Eso supone que reniega de sí mismo, ya que, según el diccionario, su gravedad es tan tétrica y profunda que no puede soportar la relación social y vacua. Ese hundimiento absoluto en uno mismo hace que no desee relaciones con otra persona. Pero en él florece la individualidad extrema, el terreno justo para que el pensamiento se desarolle con todo su potencial. Como recuerda Montaigne (él mismo, instalado en una torre, aislado) las grandes ideas pertenecen a hombres en solitario.
Sin embargo, creo en todo lo contrario. El misántropo puede que por momentos observe con nitidez la desgracia humana y huya, se separe de ella. Porque no consiente que esa figura biológica sea él mismo.
Caigo en la cuenta de que he perdido el hilván de este texto y que he ahondado en cuestiones que competen a la segunda o a la tercera paradoja. En cualquier caso solo quería manifestar, y que así lo recogiera el diario, que la mayoría de los hombres no someten su vida a otros juicios no porque no quieran o no les apetezca, sino porque son incapaces. Hoy he visto la rutinaria manía de analizarse una y otra vez sin ningún fin, sólo el de la circular vanagloria.
La primera paradoja es la enunciada: el misántropo reniega del hombre. Eso supone que reniega de sí mismo, ya que, según el diccionario, su gravedad es tan tétrica y profunda que no puede soportar la relación social y vacua. Ese hundimiento absoluto en uno mismo hace que no desee relaciones con otra persona. Pero en él florece la individualidad extrema, el terreno justo para que el pensamiento se desarolle con todo su potencial. Como recuerda Montaigne (él mismo, instalado en una torre, aislado) las grandes ideas pertenecen a hombres en solitario.
Sin embargo, creo en todo lo contrario. El misántropo puede que por momentos observe con nitidez la desgracia humana y huya, se separe de ella. Porque no consiente que esa figura biológica sea él mismo.
Caigo en la cuenta de que he perdido el hilván de este texto y que he ahondado en cuestiones que competen a la segunda o a la tercera paradoja. En cualquier caso solo quería manifestar, y que así lo recogiera el diario, que la mayoría de los hombres no someten su vida a otros juicios no porque no quieran o no les apetezca, sino porque son incapaces. Hoy he visto la rutinaria manía de analizarse una y otra vez sin ningún fin, sólo el de la circular vanagloria.
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Más que nunca anhelo la transparencia. Me conformo con creerme el duque de des Esseintes, quien no rendías cuentas a nadie, sólo a su propio juicio. No es esto una apología del egocentrismo, porque el egocentrismo es una atrofia del ser, una atrofia cultural, diría yo. Quiero hablar de la fuerza del espíritu y de las ideas que no es más que la fortaleza de las palabras aunadas en torno a un individuo.
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Sigo leyendo A contrapelo, de Huysmans. En unos días escribiré algunas notas, ya que necesito tranquilidad y tiempo. Esta tarde sobrevino el absurdo y como ese personaje de Kafka, K., no sé cómo ocurrió la llamada a la puerta. ¿Ha sido esta tarde una pantomima o soy yo quien la ha visto así?
*Huysmans, por Chahine.
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