lunes, 12 de abril de 2010

Soy el duque Jean Floressas des Esseintes.

Reposa Mallarmé con la mano izquierda embolsada. La derecha, sostiene un cigarro que humea parte de la escena. Está abrigado y su espalda se muestra reclinada sobre un cojín. La mano que sostiene el tabaco, aguanta las páginas ,que quieren cerrarse, de un volumen que se muestra abierto. Sin embargo, toda esta acción queda sublevada a la fuerza ciclópea de su mirada alejada del plano. Su mirada revolviendo en el absoluto a través de la sugerencia, su mirada que esparce el símbolo, la búsqueda por toda la realidad contemplada, y la que queda más allá, más allá limpiando el vaho que impide observar la claridad.
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Leyendo algunas páginas de À Rebours (A contrapelo), de Joris Karl Huysmans, me quedo sorprendido por lo que tienen de proféticas. En muchos pasajes, termino por identificarme con el protagonista, Des Esseintes, por convertirme en uno de esos decadentes de 1880, de la rive gauche, que profesara el malditismo y la aversión al materialismo y el positivismo. Decía que en muchas páginas encuentro la lucidez que la Europa de estas décadas ha ido perdiendo a favor de lo que llamamos la tecnocracia, entendida esta como la fórmula que hace de los usuarios de la tecnología los mayores estafadores del momento. Así lo creo después de comprobar cómo los que someten el conocimiento y la literatura a las estructuras informáticas y tecnológicas alcanzan el prestigio que los hace ejemplares. Ahí los escritores que se envuelven en majaderías de la estructura narrativa remedando el lenguaje informático; ahí los profesores que explican un escritor y su obra sin haber leído, jamás, una sola línea del mismo; ahí los poetas de la realidad y sus consecuencias, que denuncian los desagravios sociales de los que no participan, que escriben para que todos los entiendan. Ahí, en fin, los pintores, los escultores y los músicos que se olvidaron de los libros.
De un tiempo a esta parte, creo en la decadencia de Europa y por eso realizo lecturas cada vez más olvidadas, a autores cada vez más soslayados. Es esta una enseñanza de Stefan Zweig. Es inconcebible que el conocimiento haya sido infravalorado en beneficio de la ignorancia y la mediocridad. Sin duda, los preceptos políticos han ido tejiendo esta suerte de ignorancia supina que provoca que el que lee, escribe o visita un museo parece un ser sacado de una novela de Huysmans. Por este motivo, cuando mañana alguien me diga por qué leo o escribo o hablo de pintores, les diré que soy Des Essientes, el duque Jean Floressas des Esseintes.

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Cuando Mallarmé habla de la música de la idea, procuro pensarlo todo con templanza, con la cordura necesaria para no caerme en redondo. La idea y la música, ¿qué diferencia las separa? ¿no es la música la idea pura? O, mejor, ¿no es la idea la música?

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Juan Ramón Jiménez demostró, entre otras tantas lecciones, que es posible una ética estética. Tomadas estas palabras, me temo que la literatura actual ha olvidado uno de los conceptos: la ética. La ética ha sido olvidada porque ella presupone la reflexión, la pausa, el viaje vertical hacia uno mismo. Eso es precismanete lo que echo en falta en las letras actuales, sobre todo en la poesía. Por eso, cuando concluyo con un libro como el de Barnes o el de Bernahrd o el de cualquier otro escritor no veo paralelo en la literatura española.
No me refiero con ello a poetas que estimulen su egotismo postrero y pseudodecadente, sino un ego que interprete, desde la individualidad, desde la voluntad, el mundo que vive.
En este sentido, en la intimidad de este diario, me declaro a contrapelo de todo el estamento literario del momento. Porque en esta escalada personal, en este descendimiento y búsqueda de la identidad personal a través de la escritura, en esta edificación de la unidad interior que ayude a vislumbrar el común de los hombre, al Hombre que llevo dentro, llega un momento de desfonde.
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El arte es revelación y me veo en la necesidad de defenderlo aunque sea incapaz de advertir qué revelación es la que se produce. Aún soy melodía sin pentagrama.

*Ilustración, Mallarmé, por Manet.

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