La última vez que estuve en Siena, donde la catedral es el mausoleo del viento en la Toscana, encontré, dejada sobre un muro de piedra que asomaba a un recinto ajardinado, una guía de la Toscana en inglés. La guía pertenece a la colección Cadogan Guies y está centrada en Tuscany. Fue editada en el 2002 y propone una serie de rutas por las ciudades de esta región italiana.
No sé si su dueño la había dejado allí a conciencia, con la intención de que algún curioso como yo terminara abriendo sus páginas y leyendo algo sobre aquel lugar que tanto le había fascinado o que tanto lo había fastidiado. Porque en el momento en que comencé a proyectar todas las variantes posibles que habían llevado al libro a aquel lugar, comenzó a surgir la literatura. Lo vi, en su momento, como un acto de entrega, un acto amatorio al prójimo en que no se sabe quién será el destinatario porque poco importa esa cuestión. Lo cierto es que imaginé al señor, quizás con su mujer y el resto de su familia o quizás sólo, merodeando por Siena o acompañado de una amistad pasajera que le había llevado a aquel rincón recóndito. Porque el lugar en que estaba la guía era como un recodo de una calle que hay que conocer para saber que, al final de la misma, se ofrece una panorámica espectacular del entorno de la ciudad. Por eso pienso que alguna dama había llevado allí al viajero despistado para enseñarle la visión. El viajero, en un acto de compromiso, dejó allí la marca, la huella de aquel acto que tanto lo había sobrecogido. O quizás no, sólo hubiera dejado allí, el señor con su familia, la guía por un descuido.
Entonces, cuando me disponía a seguir leyendo entre sus páginas, saltó un papel que estaba plegado y que vertebraba el volumen fatigado. Era un recorte de una revista que ofrecía una ruta por Roma. Encabezaba la página las siguientes palabras: “Guide to Rome” y el señor había escrito con bolígrafo delante de ellas “The best…” con una caligrafía que parecía sostener toda la emoción del viajero anónimo. Su anonimato dejó de ser una incógnita, ya que al lado de este título, se mostraba su nombre: James Marin.
A continuación, después de unos mapas pequeños que recorrían imaginariamente los alrededores del Trastevere, había una anotación: “Hotel Jolly Villa Carpegna, Via Pio IV, ****” y, seguidamente, Hotel Meditt…eraneo, Via Cavour, 15, near train station. Very Nice”.
No sé si su dueño la había dejado allí a conciencia, con la intención de que algún curioso como yo terminara abriendo sus páginas y leyendo algo sobre aquel lugar que tanto le había fascinado o que tanto lo había fastidiado. Porque en el momento en que comencé a proyectar todas las variantes posibles que habían llevado al libro a aquel lugar, comenzó a surgir la literatura. Lo vi, en su momento, como un acto de entrega, un acto amatorio al prójimo en que no se sabe quién será el destinatario porque poco importa esa cuestión. Lo cierto es que imaginé al señor, quizás con su mujer y el resto de su familia o quizás sólo, merodeando por Siena o acompañado de una amistad pasajera que le había llevado a aquel rincón recóndito. Porque el lugar en que estaba la guía era como un recodo de una calle que hay que conocer para saber que, al final de la misma, se ofrece una panorámica espectacular del entorno de la ciudad. Por eso pienso que alguna dama había llevado allí al viajero despistado para enseñarle la visión. El viajero, en un acto de compromiso, dejó allí la marca, la huella de aquel acto que tanto lo había sobrecogido. O quizás no, sólo hubiera dejado allí, el señor con su familia, la guía por un descuido.
Entonces, cuando me disponía a seguir leyendo entre sus páginas, saltó un papel que estaba plegado y que vertebraba el volumen fatigado. Era un recorte de una revista que ofrecía una ruta por Roma. Encabezaba la página las siguientes palabras: “Guide to Rome” y el señor había escrito con bolígrafo delante de ellas “The best…” con una caligrafía que parecía sostener toda la emoción del viajero anónimo. Su anonimato dejó de ser una incógnita, ya que al lado de este título, se mostraba su nombre: James Marin.
A continuación, después de unos mapas pequeños que recorrían imaginariamente los alrededores del Trastevere, había una anotación: “Hotel Jolly Villa Carpegna, Via Pio IV, ****” y, seguidamente, Hotel Meditt…eraneo, Via Cavour, 15, near train station. Very Nice”.
***
Al cabo de unos días en Florencia, el siguiente destino fue Roma. Desde el momento en que esa guía cayó en mis manos, no pude dejar de condicionar todo el viaje a aquella circunstancia pasajera. Por momentos, me creía el dueño primogénito de aquel libro en inglés y, por otra, como un usurpador de los bienes de otro. De cualquier forma, tenía una cosa muy clara, en cuanto llegara a Roma, iría a dar un paseo por la Via Cavour y por la Via Pio IV en busca de esos hoteles. Así ocurrió mientras M. descansaba en la habitación del hotel debido al sofocante clima del ferragosto. Habíamos estado en los mercados de Trajano y en el Coliseo por la mañana y la calima nos había tumbado. Pero mientras M. dormía, no pude contener los ímpetus de explorador del abismo que me recorrieron en esos momentos. Llegué a Via Cavour, 15 y efectivamente allí estaba el Hotel Mediterráneo. Entré y pregunté por la cafetería. Allí sentado, tomándome una tónica, comencé a leer la guía. Sólo quise evidenciar que hubiera hecho el señor con ella en ese lugar o, a lo mejor, sentirme atrapado en una ficción en el acto y de la que yo era el que iba evolucionándola únicamente en mi cabeza.
Al cabo de unas horas, una pareja de americanos entró demasiado efusiva. Rubia, ella, con las carnes enrojecidas; rubio, él, con una bolsa de recuerdos de la ciudad de Siena.
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