martes, 6 de julio de 2010

De vuelta a la ciudad.

A esta calorina se unen siempre algunos ritos de la infancia. Porque vuelvo con más asiduidad al lugar en que la luz es prodigio. Sin embargo, con el paso del tiempo, noto ciertas variaciones que van minando la límpida y circular presencia de esos ritos. Mis padres van haciéndose mayores y, ello, aunque pretendan ocultarlo, influye en la manera en que nos tratamos y nos despedimos.
La propia ciudad ha ido engalanándose de algunas nefastas propiedades. Es ruidosa, es estrépita y en algunos lugares es indecente. A todo esto, habría que sumar, sobre todo, la falta de pureza que se ha ido diluyendo de un tiempo a esta parte.
En Sanlúcar, cerca del Jardín de las Piletas, allá por la Jara, había unas zonas, capitaneadas por jaras y cañaverales, que evocaban las hechuras del verano. En esa dilatación que profería el tiempo estival, cuando correteaba por la playa y las tardes eran de río y arena, intuía uno la hermosa presencia de esa naturaleza veraniega, recalcitrante, dura y superviviente de cualquier viento o cualquier fuego. Sin embargo, la dejadez y el desinterés, han provocado que muchas de esas virtudes se hayan perdido para siempre excepto en la memoria y en la palabra, de ahí que, de vez en cuando, no sólo me dedico a deambular por esos parajes en los que ha quedado el alquitrán y la moderna urbanidad, también las escribo, para sobrevivirlas.

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Después de la playa iba uno a darse un paseo por el centro. El centro de Sanlúcar es una mina histórica, pues no pocos acontecimientos, sobre todo de la Edad Moderna, han pasado cerca de sus lares. Paseaba, repito, subiendo por la Cuesta de Belén impregnado ya de los erectos cañaverales, de la humedad de los navazos y del abismo iniciático que provoca tener enfrente el Coto de Doñana. Tal es así que, cuando estoy paseando por una playa distinta, M. siempre me advierte de que el paisaje está carente de la fauna y la flora del Coto. No en vano, los sanluqueños, llaman a esa otra orilla, la otra banda. Es una línea imaginaria, que la mayoría nunca ha conocido, pero que ha vertebrado buena parte del imaginario de esta ciudad y todavía, cuando observo la caída prodigiosa de la luz en el océano, vuelco la lectura mítica sobre su geografía.

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Estas pequeñas estampas vienen al hilo de las lecturas. Porque Dante conoció a Beatriz cuando tenía nueve años y nueve son los círculos del Infierno. Y en tres parte, que multiplicados son nueve, está dividida la Comedia. Está escrito en tercetos y cada una de las partes está dividida en treinta y tres cantos. Lo que quiero decir es que, si bien Dante se valió de la aritmética y la cábala, el recuerdo de la infancia es el que percute y sustancia como ningún otro las constantes de la escritura. escribimos los que fuimos aun sin saberlo.

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