SON las doce y media de la madrugada. Debo descansar. Llevo tres días con la insuficiencia respiratoria de todos los veranos cuando la humedad impera. No duermo por las noches, pero leo caninamente. Terminé el libro de Vasari y he comenzado a releer algunos pasajes de Eneida.
E. descansa después de un día de ajetreo. Ella me muestra el mundo nuevamente cada día. Sus palabras, sus gestos, sus incomprensiones. Lo mira todo con la extrañeza de un avejentado sabio, pues cuanto más tiempo estamos aquí más perturbada se convierte nuestra mirada sobre el mundo y nosotros mismos.