DEJÉ, ya de madrugada, la lectura de los poemas y comencé a razonar con sosiego sobre las paradojas de los lectores, ya que todo lector las tiene y tan solo le queda evitarlas, mesurarlas con el candor de su consciencia. Supongo, con mucho, que habrán existido desde la irrupción masiva del libro y del fenómeno literario, esas paradojas, digo, pero me alerta la desgracia actual del desconocimiento. Pongamos por caso que un poeta de este tiempo que corre prefiere leer a los poetas de su camarilla y etiquetados con el nombre (paradójico) de contemporáneos o actuales: conocidos, críticos, ensalzadores varios, toda esa estirpe -patética en el fondo- de confederaciones de egos. Uno lee al otro y el otro lee al uno. ¿Qué se aseguran? Lo que ya fijó para siempre Petrarca en Triumphi: la vanagloria.
Ocurre en todos los ámbitos. Un profesor de literatura en la universidad puede que explique qué es la narrativa sin haber leído a Proust o sin haber leído una sola línea de Kafka o de Flaubert. Tal es el caso de la lírica y del género dramático, quién puede decir qué es la lírica, la poesía, sin haber leído a los inventores de la misma, esto es, a Homero, Virgilio, Horacio, Dante o Petrarca. Así es, sin embargo, el bagaje de los que poseen el privilegio de difundir, explayarse sobre el qué de lo literario. Prefieren, por contra, escribir una reseña sobre un narrador, un poeta o un dramaturgo desconocido a con el fin de ganarse una estancia en otro país o de ser especialista de.. qué, me digo esbozando una sonrisa, ¿de lo contrario a la literatura?
Tras haber rediseñado el sótano y de haberle otorgado una nueva e importante función hogareña, es el paso de rectificar el expurgo de la biblioteca. Como ser orgánico, explico, cada vez va menguando en su musculatura pero ensanchando sus tristes virtudes.
E. acelera el tiempo que percibo, el que me llega enroscado en la apariencia de todo. En sus nuevas palabras, sus gestos, sus recuerdos configurando un confín nonato me voy perdiendo. Y eso me fascina, me provoca un furor que nunca antes había sentido. Cualquier banalidad es ahora un recipiente para recogerme, para tratar de dejarle siempre mi paso junto al suyo. Quiero ser donde ella sea, reír como ella lo hace, acariciar con sus manitas y dedicar la sonrisa verdadera a quien no inyecta en su mirar maldad alguna más que la de estar vivo.