lunes, 25 de agosto de 2014

TENÍA la sensación de ir viendo en la tarde una sosegada cadencia de luces. Agazapado en ese recodo de la parsimonia, inicié la contemplación o en mejor decir las contemplaciones, pues toda plenitud concierne a todas las realidades acordadas en un punto, en un instante, en una armonía para el hombre. 
Las rocas, el mar enaltecido, el crujiente batir del oleaje, la emigración de las aves trazando vendetas en el firmamento, la tierra en las manos, los ojos entrecerrados por el fogón de luz, el eneldo acariciando las manos, la voz de E. surgida de un confín, uno mismo diluido y sin ser nada. 

Borges decía que ordenar una biblioteca es una forma de ejercer la crítica literaria. Con esta van cuatro o cinco remodelaciones y expurgos en la biblioteca. Ha menguado su cuerpo, también lo sobrante, de la misma manera que ahora agarro un libro que me parecía notable y ahora no es nada, menos que eso, un objeto sobrante. Algunos permanecen y aguantan el paso del tiempo, pero tengo la sensación de que me sobran la mayoría. Quizás la última acción como lector que deba hacer uno es escoger tres o cuatro o cinco libros y nada más. Los libros en los que resultan los destellos que alguna vez fuimos.

¿Has visto hoy las siluetas de klas estrellas? ¿has notado la esbelta claridad de la noche a tus ojos? Sí, ¿has visto el lejano y minúsculo resplandor de cada una de ellas, infinitas, insignificantes desde tu persona? Tanto o más que eso eres tú mismo, luciérnaga replegada, luminosa esencia de un todo demasiado amplio y ajeno a ti. Entonces, ¿a qué tanta celeridad, tanta ignominia? Párate y escucha y contempla. Eso serás, al menos, en un reflejo cóncavo de tu palabra.